Cierta historia

Fesal Chain

No quiero escribir más. Primero porque se me olvidan las palabras. Cuando me separé me dio por hacer el ejercicio de preguntárselas a mi gato, pues mi mujer no estaba. Era obvio que no me contestaría, pero era un ejercicio para buscarlas en alguien, se me escapan del cuerpo. Ahora el gato ha muerto. Y me cansé de preguntárselas a mi mujer. Llevamos suficiente tiempo juntos como para que olvidemos y recordemos lo mismo.

En segundo lugar (si es por listar), no le encuentro demasiado provecho a esto. Es decir no tiene ninguno para mí. Una cierta emoción inicial de saber que ustedes me leen, y bueno con esto del lenguaje cibernético, la espera de que aumente el número de lectores. No por creer en la fama, sino simplemente porque los contadores están allí.

De que las ideas tomen su lugar en el periplo enredado del mundo, si es que alguna vez han tenido ese dichoso lugar, ya perdí toda esperanza. Esto ya es una cuestión predicha. De dinero ni hablar. Y que se me enojen los coetáneos, pero en estos santos lugares está lleno de profesionales. Profesionales del contacto social, de la palabra ciertamente, de tours literarios, de becas, de concursos, de técnicas. Al respecto siempre recuerdo a Faulkner cuando decía eso de que si te vas a dedicar a pulir tu técnica, entonces dedícate a fabricar ladrillos.

Nadie imagina que escribo de corrido, y hago a lo sumo un par de lecturas más al texto. O lo dejo, como los viejos periodistas en el frízer, una noche como mucho. Que escribir como mecánica me resulta incómodo, es decir que el paso de la idea a la mano y de allí al teclado y luego a la pantalla es desesperadamente lento para mí. Al parecer ahora hay programas en que uno le habla a la máquina. Eso me sería más adecuado a mi velocidad. Leo del mismo modo. Con esto no me ufano de nada. Sólo les describo mi naturaleza.

Estamos llenos de puentes cortados, a decir verdad, ahora uno puede escribirle al Papa o a Putin, a algún escritor o editor famoso, que cuando niños mirábamos en el tenue espacio de la bruma. Pero es una ilusión, lo has bajado del pedestal y entonces se incomodan, así que tampoco ha cambiado el mundo como se imaginan. Los pedestales están allí. Las estatuas están allí. Y los que escribimos podemos y debemos cometer todos los pecados posibles, matar inclusive, pero jamás subirnos a esos pedestales cual monos de yeso. Aquella o aquel que lo hace, no sabe nada de la vida, pero menos de escribir y entonces se dedica a ciertas técnicas, a viajar, a concursar, a conversar con sus pares, con sus editores, y nada más. Y se le va la vida. Allá ellos. Al menos a eso yo no pertenezco.

Por todo lo anterior y por lo que vendrá, quiero dejar de escribir. No creo que lo logre, pero me aburrí.


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