Podemos volver a jugar por San Miguel (a Jorge González)

Querido Jorge: 

Casi tenemos la misma edad, de hecho somos de la misma generación, y cuando naciste para miles y cientos de miles al mundo de la música, me fui caminando a la disquería Fusión con mis apenas diecisiete años, a comprar ese cassette numerado que sólo allí vendían: La voz de los '80, y lo compré, salí casi saltando a tomar la micro. Aún me acuerdo que lo puse en la casa de un amigo, nadie te escucho, creo que se extrañaron mucho o lo encontraron demasiado clase mediero como era yo, no lo sé, al menos eso sentí, entonces lo guardé para celebrarlo solo.

Pero si sé que al llegar por primera vez al puerto de Valparaíso, como estudiante de pedagogía (¡ah!, te cuento que hace pocos años pasaste por mi kiosco de libros caminando por Playa Ancha, y no te saludé, te tan vi feliz con una mujer conversando, que me pareció imprudente hacerlo), bueno como te decía, cuando llegué al puerto a estudiar con apenas dieciocho años, tu tenías veinte, ponía en una vieja radio el cassette aquel que compré, y me duchaba con la canción del invierno: Para Amar mirando por la ventana los cerros, y sus casas que se caen al mar. Pasaron algunos años, no demasiados, y en Santiago luchando contra la dictadura nunca dejé de escucharte, nunca. Incluso quise hacer mi tesis de sociología sobre Los Prisioneros, idea y ganas que se diluyeron en el fragor de la batalla por el día a día. En fin. Para la campaña del NO los vi a ustedes arriba del escenario entre millones que los coreaban y levantaban banderas de todos los signos y colores, y ahí estaban, ufanos, orgullosos, generosos, para nada prisioneros ni amarrados a convenciones, entonces supe que sí teníamos mucho que ver, como tímido lo intuí cuando saqué el cassette de esa casa extraña en que nadie los reconocía, cuando nadie te reconocía.

Al casarme por única y por primera vez, ya sabiendo que todo había sido un error, escuchaba Corazones camino al Cajón del Maipo, en un auto que subía, subía, subía hasta encontrarse con la roca negra de una Cordillera que parecía muerta en un país que también me parecía muerto como muerto estaba mi amor. En mi primer trabajo de periodista titulé en un diario Esta es para hacerte feliz, por una enorme plaza que se había construido para los pobladores en los inicios de la coja democracia, y nuevamente como en la casa de ese amigo, nadie entendió mucho la frase, la encontraron rara, se volvieron a extrañar y más encima creyeron que era invento mío.

Sabes Jorge, una breve infidencia, pasé por el mismo camino de sufrimientos y esfuerzos tuyos, en esa etapa de tu viaje a Cuba, sí, durante la misma época escuché en la soledad más absoluta tus discos, cuando muy solo eras un gato caminando sobre la nieve o te encontrabas con Allende en Citroneta. Viví con la misma alegría y esperanza tuya ese periplo por San Miguel, pues también la hice re' mal, pero ahí estaba, entero, muy entero con rasguños y heridas propias y de otros, pero entero, para seguir y volver a comenzar. Y lo hice.

Hoy te observé con gran detenimiento y emoción, en el reportaje-entrevista en el canal nacional. Te observé poco a poco, como cuando te escuchaba a los diecisiete, porque, Jorge, este escrito no es el mero periplo junto a ti, o junto a tu voz o a tus canciones, no. No se trata de eso. Pues nunca me importó tu voz, ni tus letras tan en la sangre de uno, ni tu música genial completamente nueva, o dicho de otro modo, todo ello fue siempre para mí el vehículo que manejaste veloz para expresar algo mayor, mucho mayor, acaso inasible.

Tu dices que eres hoy un escritor en ciernes. No es así, siempre has sido un escritor, que además brilló como estrella de rock y como el músico poeta de los que sobran, de los que hemos sobrado irremediables. Es que siempre has sido un creador, un sublime y fino creador, un hombre que ha hecho lo que ha podido y lo que ha querido, con lo que tiene a mano, como cuando tocabas guitarra con el escobillón. Eso eres, pero tú, chiquillo diablo, compañero de sabores y sinsabores, sabes mejor que nadie lo que eres, acaso lo más granado de los hijos del pueblo, con la inteligencia, la sensibilidad y sobretodo con un enorme amor a raudales que chorrea como mermelada de almacén encima del pan tostado que uno comía transpirado al llegar de la escuela o del Liceo, o después de la pichanga del barrio.

Es cierto que lloré al verte distinto, sí, pero fue una nostalgia pasajera de mi propio ayer, pues más lloré de emoción al verte renacer desde lo que eres ahora, con las escobas y tarros que ahora tienes a mano, porque al fin y al cabo nunca, nunca hemos estado dañados Jorge, pues ambos en este breve recorrido de treinta años, hemos encontrado la salida. Podemos volver a jugar por San Miguel...








Entradas populares