Ahora entiendo






















Ahora entiendo, me levanté casi al amanecer, entre el aún claro de la luna y ese sol que no aparece pero que su luz deja la vida de un blanco enorme sin casi distingos de colores en toda la extensión del viejo barrio Mapocho. Ahora ya entendí, después de haber leído a Julio, a Julio Cortázar, en su segunda crónica sobre aquella Nicaragua tan violentamente dulce. Cuando dice que “siempre seré un aficionado, alguien que desde abajo quiere tanto a algunos que un día resulta que también lo quieren”. Entonces todo, todo se me aparece tan diáfano, cuando me encuentro en el barrio, cuando no hay París, ni La Habana, ni Managüa, ni hay viajecitos ni viajezotes, ni libros propios encuadernados y ha pasado casi una hora antes de acostarme y volverme a levantar y exactamente casi dos horas que con Graciela estuvimos planificando la venta del pan del día, las próximas colaciones económicas para los trabajadores del barrio, y yo preparándole un ron helado sin hielo con una lágrima de limón, mientras Julio tan de cerca le prepara un ron con hielo picado a Claudine y va al baño en tanto yo leo su segunda crónica, Apocalipsis en Solentiname y Ernesto, Ernesto Cardenal lo abraza y el se sorprende y vuelve a decir/me que “siempre siempre seré un aficionado, alguien que desde abajo quiere tanto a algunos que un día resulta que también lo quieren, y que estas son cosas que (nos) superan”.


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