Querido Pedro


Fesal Chain

“SI pudiera llorar de miedo en una casa sola,
si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,
lo haría por tu voz de naranjo enlutado…”

Pablo Neruda, Oda a Federico García Lorca

Tú sabes, ¿te acuerdas cuando nos conocimos? Sí, fue en el taller de artesanías de Eduardo y Marta, ahí mismo entremedio de los móviles, de las cuerdas, del amasado de la greda blanca. Y hablamos tantas tardes, tantas, de cesantía o de desesperanza, de un futuro luminoso o craquelado, para todos lo que ahí en cuclillas mirábamos a los pijes de siempre. Con mis dieciocho años te leía mis cartas de amor a la mujer lejana, esas edulcoradas a fuerza de siutiquerías y locuras no tan pasajeras. Sentado en la plaza, joven con tu bolso de cuero sacabas cartillas con poemas, con cuentos cortos, palabras clandestinas contra la vieja política y la vieja dictadura.

¿Y aquel bolero que bailamos tristes en la casona de Avenida Matta? Bajo el David de Miguel Ángel entre pañuelos de gasa y cajas misteriosas, (antes habíamos pasado a comprar turín y marraquetas, ¿porque así éramos no?) Sé que luego nuestra amistad de juventud se cortó como un cordel piñufla de paquetería de barrio. No fui más el “chico” y tú no fuiste más Pedro Mardones. Arriba de un caballo blanco o saludando hollywoodense en la última noche del Normandie rondabas por las calles, y yo de vagamundo mareado entre el gentío.

Seguiste el periplo del zanjón a la metrópoli de luces, de luciérnagas, cielo azul estrellado de Merced o de Lastarria, y el “chico de ayer”, del cerro arribista y miliquero al barrio obrero y al puerto. Los dos supimos siempre quienes éramos, y aunque me provocabas con tu lengua de serpiente, en tu fuero interno comprendías que yo no era una moda, que veía bajo tu personaje hiriente y el sarcasmo de orgulloso maricón, al hombre más bueno de esta tierra quemada. Con un guiño y el ímpetu en el pecho que llevaríamos siempre, nos conocimos simplemente al alimón.

Este domingo leí tu entrevista en El Mercurio de Valparaíso, sentado en mi kiosco que es tan parecido al taller de Eduardo y Marta, pero donde hoy cuelgan diarios y dulces para niños, mientras el pintor duerme el sueño eterno, y me puse a llorar, me dio pena, mucha pena porqué sé que no volveremos nunca más a recorrer ese Santiago y el Parque Forestal de los ’80, riéndonos de todos y de todo, esperando aquel futuro esplendor o al espejo reflejando nada.

Bueno, acá estoy entre viejas páginas y tu allá, donde la voz se va aquietando, donde se apaga en el gemido de los días, pero no tu pecho, pero no tus ojos, pero no tu mano, pero no tu palabra amigo de mi juventud perdida, porque eres y serás parte de mi paisaje y del paisaje de todo Chile, porque “por ti siempre pintarán de azul los hospitales/ y crecerán las escuelas y los barrios marítimos,/y se poblarán de plumas los ángeles heridos”, Pedro, Pedro, Pedro querido…

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