Pasajes de La Frontera

Fesal Chain




El no habitar en aquel país que viví, que ese país ya no habite en mí, con su fuego en chimenea y chisporroteo de naranjas o pomelos, de lluvia tenue golpeando la calle, agua sobre agua, río sagrado, que no sangre, música barroca, hojas de biblia esperando ser acariciadas o leídas.

Caminar junto al padre a la casa de su amigo y en un pequeño altillo su hijo tocando el Violín de un tiempo que creíamos sin final, mientras mi acordeón me esperaba en la casa ventanal.

Mirar la naturaleza y entender la música, entonces los violines viento, la orquesta el mundo ojo de pez, las flautas hojas amarillas cayendo, los árboles viejos y gastados chelos.

Caminar solo, pateando la piedra la misma piedra negra por el camino de Jean Christophe, frente a los ojos desorbitados de la madrina que preveía mi pasar por los círculos del Infierno, por mí controlar las pasiones, por mí dominar la propia vida hasta llegar al ritmo de lo universal.


Mi niño leyendo escuchando, hubiese viajado joven a la capital, a la Universidad gratuita donde hijos de obreros y campesinos serían sus compañeros de banco, quizás habría conocido a una muchacha de risa y gesto demorado o a los mismos amigos pero desplegando potencias y deseos, quizás habría trabajado en Quimantú o con sus amores y esperanzas, sus dolores y sueños hubiese tocado guitarra clásica o vientos.

Pasajes de La Frontera, mi ser de Chile, mi palabra, toda ella constituida desde el barro, porque hoy todo el territorio nacional fantasmático, de prestada humedad, y yo, pasajero en tránsito desde que salí. El exiliado. El indeseado del Sur.


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