Reflexiones en torno al periodismo


Fesal Chaín Publicado el 30 abril del 2014
Especial para SITIOCERO

En SITIOCERO he escrito algunos artículos sobre el tipo de periodismo que he realizado y que deseo seguir haciendo. A continuación algunas reflexiones generales:

Un periodismo del sujeto. Con esto me refiero a una cuestión central, a una especie de viga maestra. Tanto como en la educación chilena se le hace clases a sujetos indiferenciados, en una economía de escala, de muchos cursos y niveles y de 40 a 45 alumnos por sala donde definitivamente no hay individuos, en Chile se hace un periodismo que primero estandariza al sujeto de la noticia o del reportaje. Se trata más bien de un sujeto que el periodista imagina y no de aquel que realmente existe. Es decir no se escudriña por una parte, las especificidades de cada cual, y por otra el sentido mentado por la persona, o sea sus motivaciones para la acción. Dicho de otro modo, se uniforma a todo individuo en una masa y se sitúa como noticia el hecho, la acción misma y su descripción, carente de protagonista real. Además como si fuera poco, se uniforma al receptor como público sin opinión y predispuesto a comprar cualquier relato o interpretación como parte de la misma masa.

De ejemplos de lo anterior está plagado, por nombrar uno: a los medios se les ocurrió que los damnificados del mega incendio en Valparaíso eran todos pobres. Probablemente porque en Santiago o en otras ciudades son los pobres lo que mayoritariamente se queman. O porque estos viven en la periferia y para los periodistas de Santiago la periferia son los cerros, o quizás porque vende más decir que sólo habitan en los cerros de Valparaíso lo que hacen tomas en esos mismos cerros, y que así todo hecho devastador develaría la desigualdad. Hay que sacar lágrimas del público imaginado y motivar su morbo, ojalá sin que ellos lo sepan, como así también proponer supuestos descubrimientos radicales, como la inequidad en el país, que a estas alturas es más bien un dato de la causa, innecesario de nombrar a propósito de cada situación de impacto. Lo que los periodistas de Santiago y los medios tradicionales no investigan, es que en los cerros del puerto hay una mixtura socio económica y cultural, pues ese territorio es en un 90% el territorio habitable. En el puerto no hay una periferia social inmutable, pobres y ricos viven en las mismas zonas y se cuando se queman se queman todos por igual.

Respecto del sentido mentado o las motivaciones, es evidente que el periodismo chileno no va más allá de la pregunta típica: ¿qué siente en estos momentos?, pregunta a todas luces inapropiada frente alguien que lo ha perdido todo. Se pregunta para saber e informar sobre la situación real y profunda de las personas y no para reafirmar obviedades observables a simple vista. Al respecto, conversando con una mujer que perdió su casa, ella me confirmaba los enormes problemas que tenía para reconstruir su vivienda, que no eran sólo económicos, sino de convivencia, su hijo deseaba construir su propia casa allí mismo en el sitio donde estaba la vivienda de ella, y su pareja la instaba a cambiarse de sitio e irse a vivir juntos. El drama de esta mujer va mucho más allá de su evidente tragedia y de su pena producto de haberlo perdido todo. Sus problemas son cómo influyen sus relaciones sociales, familiares por lo demás tradicionales en el puerto, en la reconstrucción de su vivienda. En Valparaíso los sitios son familiares. Al periodismo chileno, tanto de periódicos como de TV, todo ello le importa poco, pues lisa y llanamente le importa poco y valga la redundancia, la vida real y concreta de los sujetos en su integridad e historia.


Un periodismo de lo inesperado. Me remito al concepto de serendipia. Un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. Es decir, un hecho particular raro o poco frecuente que desenmascara una realidad universal. En una entrevista a una persona concreta, esto se refiere a un quiebre en su discurso e imagen, elementos proyectados racionalmente para otros e incluso para sí mismo. No se trata en este ejercicio de sólo buscar la emoción fundante, sino los elementos que el sujeto contiene de modo inconsciente y como estos determinan su racionalidad y discurso exterior y a veces aparente. Un entrevistado de hace algún tiempo que fue un fuerte opositor a Allende y a la Unidad Popular, me decía que la muerte del Presidente para él había sido una tragedia, que sintió una profunda pena frente a ello y se auto observó de modo inmediato disminuido frente a su martirio. Lo que en realidad me estaba diciendo era que nunca imaginó que los hechos desencadenados a partir de sus propias acciones, llegarían a tener los ribetes de masacre y brutalidad que tuvieron y que un político tradicional levantará sus convicciones al punto de su inmolación. Eso me indica, a partir de una serendipia en la historia política del entrevistado, una verdad social y universal: Que más allá de los actos y responsabilidades de los actores políticos, ninguno de ellos, a excepción de una ínfima minoría golpista consciente, se imaginó remotamente y tampoco deseó, que los hechos y sus consecuencias se desarrollaran de la manera brutal en que lo hicieron. La explicación es simple, los actores remitían al pasado, probablemente a los tipos de golpes y cuartelazos del pasado y a los políticos del pasado, y ninguno a un futuro que no existía aún. Por ello Chile está plagado de actores políticos irresponsables, en el sentido de no avizorar las consecuencias de sus actos, y muy perplejos. Durante la UP, actuaron muchas fuerzas sociales e individuos, opositores o defensores de Allende determinados por la tradición nombrada y por el espíritu de la época, sedicioso o sublevacionista, pero romántico, y muy pocos comprendieron que los golpistas más recalcitrantes se habían propuesto como misión destruir la tradición y ese espíritu y su esencia de modo radical. El golpe de Estado de 1973 arrasó con todo y especialmente con la concepción romántica de la violencia política.


Un periodismo desde la novela. Si hubo una verdadera revolución en el periodismo de los últimos 60 años fue el nuevo periodismo de las décadas del 50′-60′, que no sólo inaugurara Terry Souther y su “A la rica marihuana y otros sabores”, Tom Wolfe con “La Izquierda Exquisita & Mau-mauando al parachoques”, y Truman Capote con “A Sangre Fría”, sino y en primerísimo lugar Rodolfo Walsh con su célebre libro “Operación Masacre”. En su momento se le llamó al nuevo reportaje relato-documento o testimonio, donde el periodista o reportero, escribía un hecho de no ficción como si fuese una novela. Ciertamente esto último es importante, pero no como mera cuestión de estilo, de elección de lenguaje o de inauguración de una nueva modalidad periodística. Lo destacable de esta perspectiva, fueron al menos dos cuestiones:

En primer lugar, escribir un relato desde hechos de no ficción como si fuese de ficción. La cuestión era generar realidad como es la vida. No constatar meros hechos como descripciones objetivas, cual la estructura clásica de la noticia, sino desde personajes dialogantes y actuantes, con emociones y razones, en tiempos reales y que viven situaciones interpersonales que construyen una realidad supra individual, de impacto social, es decir universal. El engarce necesario del periodismo de reportaje con la novela de entretención, con la novela negra y de crónica roja ligadas a la cuestión social.

En segundo lugar, construir al reportero como alguien existente y palpable en el propio relato, un personaje protagonista que usando casi como pretexto un hecho de impacto social, lograra a partir de su propia vivencia in situ y de su observación participante, mostrar sus propias emociones, opiniones, vivencias, y desentrañar a partir de los sujetos con los cuales interactúa, el espíritu de la época y lo culturalmente determinantes de los actos y hechos individuales que constituyen lo social. Como dice el mismo Wolfe sobre Souther «Fue el primer ejemplo que yo descubrí de una forma de periodismo en la que el reportero empieza preparando un artículo de encargo (…) y acaba escribiendo una curiosa forma de autobiografía.» Y yo agregaría, una curiosa forma de descripción exhaustiva de una realidad sociocultural escondida, subterránea, que pugnaba por aparecer. Como de modo magistral lo hace Walsh que escribiendo en 1957 una novela de no ficción de la represión de la sublevación militar contra el derrocamiento de Perón, termina descubriendo un nuevo actor social de la sociedad argentina, hasta ese momento semiescondido, en barbecho. Aquellos que en definitiva propugnaron la barbarie del golpe de Videla, y que fueron los precursores más descarnados y los educadores de los golpes de seguridad nacional de toda América Latina y su correlato organizacional, el Plan Cóndor. Walsh, pagó caro su preclaridad, siendo el primer periodista y escritor detenido desaparecido de la dictadura de los 70′.

Así, un periodismo del sujeto, de lo inesperado y desde el lenguaje y estructura de la novela, para mí son los tres elementos básicos de un periodismo superador de aquel que bajo la excusa de la objetividad, narra e imagina realidades en una estructura emiso-receptor anquilosada y caricaturizadora de todos los sujetos. Un periodismo en suma, donde finalmente el único que cuenta y se impone tratando de mostrar que no lo hace, es el periodista, que describe sus prejuicios y no la bullente y realmente existente vida de los otros y de sí mismo junto a ellos.


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