Chile o la loca geografía del flaiterío

En el barrio donde vivo, el flaiterio se hace presente de manera un tanto chocante, en el antiguo barrio obrero, en el culo de Quinta Normal, ya casi Cerro Navia, los flaite, jóvenes y adultos jóvenes de la clase media empobrecida, pero “aspiracional”, hijos de aquella clase obrera especializada de antaño, andan raudos en autos “enchulados”, cuasi engendros deportivos de luces de neón, alumbrando la neblina espesa de la pobreza y la vejestud. Escuchan reggaeton con sus mujeres pintarrajeadas y teñidas de un rubio amarillo ajado. Se visten con ropa deportiva Nike y les cuelgan de sus cuellos y muñecas cadenas de oro y plata. Cuando andan caminando, se pasean con perros de presa, pelo largo enrulado y lentes oscuros al estilo del viñamarino festivalero Leo Farkas.

Que por acá se note en demasía esta nueva clase, no es ni mucho menos indicador que exista sólo aquí y sólo en estos tiempos. La mirada clasista desde arriba, la mirada en menos sobre “el resto”, la mirada de la pequeña burguesía y la burguesía antigua y emergente quisieran creerlo y reafirmarlo. Algo así como desear creer en el nacimiento por generación espontánea de este “roterio con plata o ganas de plata” y de paso apoyarse en el slogan radial, “pitéate un flaite”. Pero no. No es tan simple el asunto, es complejísimo y viene oh dios, desde arriba como siempre.

En Las Condes, en plena década de los `80, cuando el milicaje andaba de gloria, con nuevos puestos en el aparato del estado y plata dulce, el espíritu del flaiterio comenzaba su periplo. Los tenientitos recién nombrados o inclusos algunos ya semi viejos militares conociendo recién a los 40 o 50 años el poder y la gloria, “enchulaban” sus casas con piedra laja. Así simplecito, lo que ayer eran rejas de fierro o muy pequeñas paredes de ladrillo, que más parecían banquetas a lo largo de un breve ante jardín, se convirtieron de un día para otro en altos murallones de piedra color plata o rosaditos, allí los maestros chasquillas de la época, con martillo y cincel le daban exóticas formas alas piedras, las pegaban con cemento y entre piedra y piedra armaban caminitos de pintura negra.

Pero era aquello una mala copia de los de más arriba aún. La villa militar, casi aislada del verdadero barrio alto, era en el fondo un “entre Tongoy y Los Vilos” del lugar de aquellos que en plena Vitacura remozaban sus nuevas casas: la burguesía chilena recién armada y triunfante, que entre la humedad del río, ponía enormes leones de esos que tienen la pata sobre una bola de mármol, o fuentes de agua a la entrada de los jardines de 1000 o 5000 metros cuadrados. Donde desde el fondo, se erguía la casa neo colonial, copia burda de la casa patronal y en donde el inquilino se travestía en mero jardinero o nana. La burguesía flaite, no aquella castellana vasca, austera y antiquísima que vivía en el aire frío de la Cordillera de Los Andes, sino la nuevecita, la que compró a precio de huevo las empresas estatales con ayuda de los primeros, al igual que los criollos en París de Edwards Bello, compraba copias de los muebles franceses del siglo 18 y 19, ponía copias de pintura chilena en su murallas, mandaban a hacer muebles de salón donde el maestro Lucho, llevándoles fotos polaroid o de revistas de las casas de la vieja burguesía y llenaba las estanterías con los libros de tapa de cuero de la Historia de Chile de Gonzalo Vial y de Friedman. Y transformaba a sus mujeres de viejas dueñas de casa con tubos de plástico, en secretarias ejecutivas o anfitrionas de comidas finas.

Los antiguos siúticos del siglo 19, ahora eran los burgueses. Los milicos y sus señoras en batas rosas igual que las piedras laja, ya no eran mero populacho con sueldo cagón, los “tontitos útiles de los ricos” sino poder gubernamental y relucientes clientes del Apumanque. En ese lugar o en Los Cobres de Vitacura, la flaite burguesía y el miliqueflaiterío se encontraban comprando toca casetes y videos Betamax y a veces reían juntos en los cines viendo las películas estilo Los Años Dorados o Rambo. Y se saludaban a la salida y en los pasillos, “nobleza obliga” y en el verano o acaso en algún invierno, se encontraban en Miami.

Y entonces el flaiterio burgués con el gusto tan refinado como charquicán de gato, desde las gerencias de sus empresas comenzó a hacer comidas anuales y convivencias con los obreros especializados y no tanto. Los invitó a fiestas donde la Maripepa Nieto y los muchachitos de la DINA se tomaban su whisky junto a todos ellos. Comían filete miñón y la novedosísima entrada de camarones, y ya no el típico tomate relleno de atún y cilantro y menos el chancho chino. En el escenario cantaba Lucho Jara feo y jovencito o Antonio Prieto, porom póm póm o los hermanos Zabaleta junto a Ginette Acevedo y la Gloria Benavides, esa de voz dulce pero casada con un CNI, Joaquín, que fue baleado por el hijo del Mamo en un arrebato de flaiterio militar en el barrio de la polola, la famosa villa militar entre Tongoy y Los Vilos, que era también su barrio.

El obrero en las fiestas corporativas de los mandamases emergentes, comenzaba entonces su educación flaite-capitalista en manos de la nueva burguesía y el miliquerío arribista. No faltaban a esos encuentros, los Coco Legrand, los Picó Cañas de La Tercera de la Hora, el Perro Lamadrid, ese que ahora tiene un programilla de televisión para la tercera edad en la Red, o el idolatrado Gonzalo Beltrán Martínez Conde, Director del 13, ya muerto, que también rondaba la villa militar.

Todos juntitos, conversaban cerca, cerquita del personal, pero no tanto, y también junto a los médicos de la Clínica Alemana, o a los Ingenieros Comerciales de la nueva Banca o a las Publicistas emergentes del mercado a la chilena, algunos de ellos o ellas, informantes y personal de los departamentos de análisis de los aparatos de seguridad y que de paso eran los arrendatarios de las casas o vecinos del miliquerío que ya comenzaba, dada su bullante carrera a subir a las montañas o a Vitacura y rodear a la vieja y novísima burguesía.

El antiguo y religioso momiaje, que por nada del mundo se juntaba con ninguno de ellos, porque una cosa es compartir la hacienda y otra confundir los roles, que ellos los antiguos seguían siendo los patrones y el resto, los nuevos empresarios, milicos y doctores, eran y seguirían siendo los siúticos al fin y al cabo, simplemente los inquilinos. El obrero, el peón de siempre “po oye”, ahora, es capital humano, que ojalá aprenda a no ser gañan y salirse de la hacienda, sino ser disciplinado y esforzado para la utilidad de los antiguos y de los nuevos, y de paso aprender la nueva cultura del inquilinaje, un poquito soez y de mal gusto pero distractiva y de consumo, conveniente para la mantención del andamiaje, que la cultura de ellos los viejos burgueses, solo se lleva en la sangre, en la familia y no se aprende y siempre es austera y refinada y nunca de mal gusto o amilicada.

De la vieja burguesía padre y madre del golpismo de toda época y dueña de la hacienda, ahora quedan los hijos y nietos, más tecnificados, más modernos y acaso igualmente encerrados y austeros. La nueva burguesía se ha ido refinando, de a poco, se juntan en los directorios de las empresas con la vieja aristocracia y ya al menos saben comer en su mesa, leen los mismos libros, comparten las escuelas, las de adentro y las de afuera. Claro está que algunos, no la mayoría pero algunos importantes, disienten en política, profundamente de los golpistas dominantes y discuten con cuidado: para que la cosa siga funcionando sin mayores problemas como antaño, es mejor oye, hacerse aliados de estos renovados, que han demostrado largamente su cambio y fidelidad a nuestros mercados.

El miliquerío ya no es el tonto útil ni el pariente pobre, con la venta del cobre y sus viajes de estudios estratégicos a Panamá, pueden al menos codearse de mejor manera en el estado y con los profesionales de la clase media que ahora es media alta, que ya no tienen ese tinte tan golpista y tan fascista de antaño, cuando hacían trencitos en las fiestas de año nuevo con la burguesía emergente y los periodistas y rostros de TVN, junto a los torturadores de José Domingo Cañas o de Villa Grimaldi. Ahora oye, son de la derecha de Sebastián, no tan frontal ni tan terrorista como aquella de Patria y Libertad o la de Krasnoff y “creen” en la democracia.

Los profesionales, los que fueron derrotados mas bien espiritualmente, es decir no tanto, esos que callaron por miedo o por conveniencia, están un poco viejos y se han hecho concertacionistas furibundos, defendiéndola como si hubieran luchado realmente en el pasado contra la dictadura y emulan un allendismo light, es decir correcto y constructivo.

Y los obreros… los hijos y nietos de aquellos obreros, ahora son emprendedores, también son clase media, empobrecida a veces, mejorcita otras veces, al tres y al cuatro o consumista, ya sea viviendo en los viejos barrios o en los nuevos barrios más modernamente flaites que los añejos, con altibajos pero clase media al fin y al cabo y como por arte de magia o por formación de sus padres, de la vieja aristocracia omnipresente y vigilante, del flaiterio burgués estilo Miami, del milicaje de la vieja de bata rosada, y de los guardianes clase medieros concertacionistas allendistas de centro, edificadores del “nuevo orden”, se ponen turbillones y andan con perros feroces de pelea, como los verdaderos y únicos dueños del terreno.

Así, los rubicundos y orgullosos herederos de Goebbels, los que siempre piensan que una pistola o el tintineo de las monedas es más valioso que la cultura, se pasean por la patria emprendiendo y narcotraficando su destino, para llegar a ser algún día, los nuevos ricos, los dominantes, los capaces de enseñarle a vivir a sus hijos y a sus nietos, ese esplendoroso futuro donde se formen “por generación espontánea” los nuevos flaite.

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