Elegía a los muertos de anteayer


Fesal Chain

“Ando sobre rastrojos de difuntos
y sin calor de nadie
y sin consuelo
voy,
de mi corazón a mis asuntos...”

Miguel Hernández.
Elegía


Miro el puerto desde mi ventana, espero a mis padres y a la madre de mi mujer, que nos visitarán este Lunes; el sol recorre con toda su luz blanca la bahía, los pájaros andan estrepitosos, gritones y haciendo locos círculos en el aire azul. Ayer en la Feria de Antigüedades, vino a visitarme un paisano de sangre y letra, Walter Garib y su mujer Lenka Chelén, quienes me regalaron libros y una conversación, donde el presente y el pasado se hicieron uno solo. Hombres y mujeres que ya no están, retornaron a mis sienes y a mi corazón que palpita, que aún palpita.

Yo, tan refractario al llanto y al lamento, tan juiciosamente duro en la discusión política de la izquierda, yo, soy un melancólico, un romántico. No lo puedo evitar, como tampoco mi crítica algunas veces mordaz y de manos de cirujano. Entonces voy, como dijera Hernández, de mi corazón a los asuntos.

Pues no olvido, nunca olvido, jamás olvido. Del pasado se nos viene lo que nos configura y nos construye, los que nos hace y rehace en la vida de los días que se asientan tan valientes, cual rocas sobre rocas, pues no fuimos ni somos arena que vuela, o mero viento entre los vientos.

Andamos sobre rastrojos de difuntos, era que no, entonces mi ventana estalla, se aparece sorpresivo el sol que gira y extiende su manto con toda la luz blanca sobre la bahía. Y los compañeros y compañeras del alma, aparecen con sus cuencas de colores como rayos y risas, con sus huesos y sus manos agitándose embanderadas frente a todas las ventanas. Me miran fijamente, se meten en mi sangre. Y así, durante el largo tiempo que siempre me rodea y me hace transcurrir y me recorre, ando lleno de tristezas y recias alegrías, pues los muertos de ayer, los de anteayer, roen mi garganta y juegan en mis arterias como niños.

Entonces día tras día, después del trabajo, yo, mirando la bahía, me preparo un café y fumo el cigarro dulce de la tarde y junto a ellos, los sempiternos, nos ponemos “hablar de muchas cosas” (1) caminando lentamente a través de un campo de almendros florecidos y entre “las aladas almas de las rosas” (2) , donde los pájaros gritones, estrepitosos, hacen círculos en el aire.



(1 y 2) De Elegía de Miguel Hernández

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