Rodelillo, en el cielo del Puerto


Fesal Chaín
Publicado el 17 de Febrero, 2013 especial para SITIOCERO http://sitiocero.net/2013/rodelillo-en-el-cielo-del-puerto/

Al glorioso pueblo de Chile y sus comunidades

La noche del incendio en Rodelillo y Placeres, estuve inquieto, no sabía qué hacer, veía las noticias por internet, las fotografías de la tragedia, la gente entre el humo y el fuego, me paraba, me sentaba, realmente no sabía qué hacer. Como león enjaulado. Pensaba en una queridísima amiga y en realidad arrepentido, porque me había peleado por ella por tonteras y, ¿sí el fuego estaba allí?, ¿si le había consumido el infierno su casa recién habitada? Ahora escribo con un nudo en la garganta, pero esperanzado.

Graciela había trabajado toda la noche y llegó temprano en la mañana diciéndome que su amiga Mónica junto a su padre, su madre y hermanas habían perdido todo, tres casas completas. “Tenemos que ir”, fue nuestra primera reacción. Cerramos el kiosco temprano. Hablamos con Mónica por teléfono, nada tenía, nada. Por la tarde nos fuimos en micro a Rodelillo, allá, al cielo del puerto. Nos costó llegar, fue difícil, micros llenas y de lento, lento recorrido, y mientras subíamos y subíamos, nos enfrentábamos a la tragedia desnuda.

Nos bajamos en una pequeña plazoleta, desde ahí y en perspectiva inimaginable para cualquier lector, se veía la larga avenida con sus casas carbonizadas, las calles y pasajes mojados y las bermas y veredas llenas de fierro negro retorcido, las caras tiznadas y tristes de la gente, cabizbajos, cansados. Me acordé de ese verso de Neruda MAESTRANZAS DE NOCHE: “HIERRO negro que duerme, fierro negro que gime por cada poro un grito de desconsolación”. Continuamos caminando. Mónica nos esperaba ansiosa, ansiosa de amigos, de abrazos, de besos, de piel. Entramos juntos los tres por un pasaje a las poblaciones Abraham Lincon e Irene Frei, tierra quemada.

En medio de la plaza los niños jugaban laxos, los perros dormían una siesta obligatoria, los mismos fierros negros rodeaban a la comunidad entera volcada al exterior, fumando, mirándose las caras, descansado de la larga jornada de humo, de llamas, calor y brasas. Fuimos con nuestra amiga a recorrer la población, nos mostró lo que quedaba de su hogar, porque era su hogar, su proyecto de vida y su esfuerzo cotidiano. Sólo eran escombros y dos tarros enormes en el vacío. De telón de fondo, una quebrada que parecía llegar a lo más profundo del mundo y como bombardeada por napalm. Le pedí permiso para sacar fotos, me dijo que sí, que las sacara no más, y le prometí lo único que podía prometerle, que escribiría esta crónica y que mostraría lo sucedido “desde adentro”.

Su hermana mayor nos acompañaba. Le pregunté si era cierto que los grifos tenían baja presión, me dijo que no tenían agua, que dos aviones cisterna habían llegado después una hora comenzado el siniestro. Que estaban solos, que nadie del municipio, ni siquiera una asistente social los había visitado para hacer un mísero catastro. Que los militares no se habían aparecido tampoco, ni los de la armada, ni los de la aviación. Que los carabineros y la policía de investigaciones estaban ayudando como un vecino más, codo a codo, sacándose la cresta. (Cuando bajamos algunas horas más tarde habían cartones escritos con plumón colgados entre las ruinas: PACOS Y PDI GRACIAS). Que el Presidente había subido en caravana veloz a una población más arriba y que a estas dos, de aproximadamente 50 familias, es decir 200 personas completamente damnificadas, no había llegado nadie. Nadie.

Pero un canal de TV si había estado presente y Mónica y sus hermanas habían denunciado la situación, esto permitió que muchas personas del puerto conocieran la realidad y comenzaran a llegar con ayuda. Entretanto en la misma población, los mismos golpeados por el fuego y la pérdida total de sus bienes, habían juntado algo de dinero para hacer la olla común y así comenzar a trabajar en la remoción de los escombros. Pero hasta muy tarde, en que estuve allí como amigo pero también como testigo, aún no había camiones para sacarlos. Todo olía mal en esto. Y que no se me diga lo contrario porque lo vi y escuché de la propia boca de los pobladores. La Intendencia y sus burócratas les habían dicho que no eran prioridad “oficial”. Quizás por eso el Presidente había viajado raudo “más arriba” a esas poblaciones ciertamente “muy oficiales”.

Conversábamos de esto y de cuestiones más humanas y cercanas cuando el Concejal Neumann se hizo presente con una buena noticia, una excelente noticia a decir verdad. La gente se agolpó a su alrededor. Yo vi algo que me permitiré contar, fue un gesto privado, pero a mi juicio de enorme humanidad. El Concejal le pasa a la Tesorera de la Junta de Vecinos un cheque, y le dice textual que es su sueldo de concejal, que sabe que lo requieren con urgencia. Lo hizo en absoluto silencio pidiéndole un comprobante oficial y en un esquina de la sede, pero como les digo yo fui como amigo, pero también como testigo. A su vez informó públicamente que el Concejo Municipal invalidaba el juicio de la Intendencia y que desde ese momento pasaban a ser una organización susceptible de ayuda. Mónica lloraba. El concejal se apuró en decir que no era un favor, que eran personas, seres humanos con derechos. Se fue rápidamente mezclándose en silencio entre la gente.

Pero lo que más me impresionó es que frente a la triple tragedia, la de ser golpeados por un infierno descomunal, la del pésimo estado del equipamiento comunitario y del mediocre combate al fuego, a la vez que ser muy mal tratados como sujetos de inalienables derechos fundamentales, allí estaba la gente, la comunidad, el pueblo de Rodelillo, el pueblo de Chile con la frente en alto y con las manos más que limpias, sin perder sus fuerzas frente al dolor y al desamparo institucional, y sobretodo allí estaba la familia de nuestra amiga Mónica, igualmente víctimas que cualquiera, pero organizando a los vecinos como una sola columna al sol. Refleja el espíritu reinante la frase de la hermana de Mónica, una antigua dirigente vecinal y de los suplementeros, que en medio de la conversación me miró a la cara y me dijo “ahora de aquí al invierno vamos a parar todas las casas”, haciendo un gesto con su mano de arriba a abajo. Yo a esas alturas de la tarde no aguantaba las ganas de llorar y la mujer me volvió a hablar mirándome a los ojos “bueno nosotros ya lloramos anoche y pasó el tiempo de lamentarse, ahora hay que reconstruir”. Y para darle un toque de alegría y de cierta picaresca, Moisés, el hermano, me dice “sí y ahora las vamos a hacer más bonitas y con más pisos”.

Bueno, llegada la noche con su silencio cómplice, y caminando del cielo a la tierra, es decir del cerro al plan junto a Graciela, alumbrados por las fogatas y los rostros de Rodelillo, pensaba que en realidad esta ha sido siempre la verdad del pueblo y de sus comunidades, no tan sólo el ser golpeados por los elementos de la naturaleza y del injusto y desigual mundo social, sino su capacidad permanente de levantarse una y otra vez, una y otra vez como un solo cuerpo desde su acerada y arcaica identidad, y que esa fuerza telúrica es la porfiada esperanza de cambio que golpea los rostros de Chile, tanto de los individualistas y egoístas, como de aquellos que perdidos entre las mercancías y ocupaciones de estos tiempos, se sienten tristes y derrotados.

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