No éramos Maradona


Fesal Chain

En plena dictadura con pérsonal estéreo, una maquina no tan pequeña y en su interior otra cajita aún más delgada, cinta magnética dando vueltas. Audífonos, de esos que uno llevaba al estadio y que se introducían en los oídos doliéndolos. Arriba de una moto, sin casco. Flotando, mareado. Con apenas 20 años y una canción. Giros. Una fuga menor. Un momento nada más, para salirse de la fuga eterna, la más dura, la más riesgosa, la que nos tironeaba el alma. Aquel deber que nos arañaba los ojos, como cuando nos vestíamos de replicantes bajo la luna que llegaba a ti, mientras mi lengua atrapaba tu lengua de esa dulce y amarga boca burla contra los implacables cazadores. 

Existía un cielo, pero también un estado de coma. Y sí, pasábamos de persona en persona, pues teníamos muchos mundos. Aunque a ojos de los viejos vinagres, parecíamos perdidos sin pivote, nosotros sabíamos que éramos nuestro propio pivote. Centro campistas conteniendo la locura insatisfecha, recuperadores de sobre vidas, destructores de fintas enemigas. Más humanos que los humanos, pero jamás superdotados, nunca creadores y goleadores simultáneos, no éramos Maradona sino meros medio campistas defensivos, jugando sin pelota. Sudados reyezuelos, cual Vidales de la tristeza chilena. 

Por ello requeríamos la frívola fuga, para delirar imaginarios lugares queriendo ser otros, aunque siempre tensos, sin quedarnos ni pasarnos, ahí a la espera, medio a medio de la raya. Es que había que dar obligatoria vuelta al afuera, escapar de los antejardines roñosos, saltar de los balcones sembrados de ajados cardenales, de las artificiales primaveras. 

Detengo la moto y te veo desde lejos, rodeada de árboles en fila, bajo la noche de la siempre llovizna gris. Te observo absorto en tu belleza trapecista, mientras agarro una piedra y la tiro al cielo, recordando el día anterior y el anterior al anterior. Fotografías: la explosión fugaz en la puerta de hierro, la tanqueta y sus aullidos en los pasajes de tierra, el cuchillo debajo del poncho, el borgoña sindical cesante, los rebeldes originales en la imprenta flor, escondiéndome en el baño inventando una cagadera, los gorilas zamarreando la puerta y todo, todo, todo, dando vueltas como una gran pelota, antes de la fuga mayor, esa hacia adelante, sin hedonismos ni canciones, la del cóndor sobre la bestia, picoteándola amarrado a ella, hasta hacerla reventar. La piedra ha vuelto a mi mano.




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