VALPARAÍSO: El caos, el orden, la columna vertebral
Cuadro de Gonzalo Ilabaca Incendio Valparaíso 2014 (30 cm x 26 cm)
"Cuando la tierra despierta
Valparaíso
llevando el diablo en la piel
y alegre inicia su baile
Valparaíso
vertiginoso y brutal
hay tanto albañil
dispuesto al ritual
de los andamios alzados otra vez
Valparaíso".
Fesal Chain
En Valparaíso en las calles, en los cafés, en los cerros, en las casas, muchos hablan del incendio, muchos actúan desperdigados aunque parecen columnas y otros en causas particulares y supuestamente pequeñas, si es que la vida de un ser humano es pequeña y la de muchos es amplia, cuestión meramente abstracta y que depende del ojo. Los intelectuales de una y otra trinchera arrastran y lanzan sus discursos, ya sea a favor de un ordenamiento tecnocrático, ya sea a favor de lo "natural" del porteño o de un rol más fuerte del Estado, o de las comunidades. El caos no es meramente falta de ariete.
A riesgo de locura, afirmo que pocos leen el conflicto fundamental y determinante, pues existe. ¿Porqué en televisión de todos los invitados al foro de El Informante, sólo uno habló, - y medianamente-, de las empresas forestales abandonadas que como cordón maldito acechan al puerto y a las cuales no se le puede normar en absoluto? ¿Porqué Televisión Nacional invita personajes, -a excepción de Agustín Squella,- , que parten denostando al habitante en general y al poblador en particular y sus supuestas responsabilidades como lo hace fácilmente el Sr. Navia desde Washington, y no hablan de que el incendio comenzó en un basural que luego avanzó sobre esos bosques abandonados para arrasar con la ciudad?
¿Porqué todos los invitados colocan a la poesía, a la literatura, la reflexión histórica, a la historia misma de los asentamientos y la determinación de la geografía sobre estos, sobre la cultura, sobre la heterogeneidad de clases y estratos que conviven en los territorios como un problema central a modificar de modo radical? ¿Porque no fueron invitados, los intelectuales y artistas porteños de las comunidades y sólo fueron a la gran pantalla humoristas y músicos de farándula sin discurso elaborado, y frente a ellos pusieron como esfinge al tecnócrata Poduje, que denosta justamente a la poesía, a la literatura, a la reflexión histórica, al habitante y al poblador, a la heterogeneidad social y habla sólo de la podredumbre de Valparaiso y su suciedad como lo único existente?
¿Porqué los medios escritos y audiovisuales muestran que sólo se quemaron las tomas y los pobres, cuando todos los porteños, -sabemos-, (sí, sabemos, soy porteño por merecimiento e historia familiar) que no hay, como afirmé antes, límites estrictos entre clases y estratos en los barrios y cerros, como en Santiago o las ciudades construidas en cuadrículas, y que acá nos quemamos todos sin distinción?
Pero continúo, a riesgo de juicios de locura, el conflicto fundamental es entre el bien, expresado justamente en la reflexión sanguínea, dolorosa, telúrica y poética, -y no por ello menos técnica-, de la realidad geopolítica y social que aún representa Valparaíso en la vida de Chile, y esa mirada maléfica de hielo, de los tecnócratas que defienden -escondiéndolo-, el gran poder transnacional, financiero y usurario de los grupos económicos, que esperan el fin del infierno provocado por sus mismos terrenos abandonados, para deshabitar definitivamente los cerros, los asentamientos populares y ciudadanos y la vida real del porteño.
Ya no meramente el conflicto entre una derecha liberal y una centro izquierda mas o menos estatista, sino la confrontación subterránea entre el frío de la mirada desprovista de toda comprensión del otro en su diversidad y en su situación inmediata e histórica, caricaturizándolo, cosificándolo y expropiándolo, y la mirada llena de quienes creemos en la comunidad efectiva como una continuidad espiritual construida desde la historia individual y social asentada en la geografía loca y tumultuosa, ésta última como parte integrante de cada cuerpo de cada porteño y porteña y sus hijos allegados, y constitutiva de todo el cuerpo social.
El caos no es el fuego y su destrucción, el incendio de Valparaíso es la trágica oportunidad de que los comunitarios y el mundo social logremos ver desde él al hielo, a los hombres y mujeres de hielo y su distanciamiento de lo humano, la existencia de los críticos elitistas de lo comunitario, de lo ciudadano, de lo popular y regional-nacional, de los que en la sorna del dolor o en el panegírico fararadulesco del llanto infantil, o desde discurso hiper racional del economista y el urbanista privado, tratan de imponer sus propias concepciones e intereses que dejan de lado lo realmente existente.
Pues el verdadero el orden será que la comunidad se visibilize sobre la tecnocracia financiera y la mass media, -si el Estado llegara a elegir el puerto como realidad, deberá elegir entonces al porteño y porteña en su soberanía histórica, espiritual, cultural y geográfica-, y sobre todo ello y desde ello reformular la nueva vida. La columna vertebral hoy necesariamente es la reflexión, -aunque se crea maniquea-, del conflicto soterrado, entre la dignidad sanguínea y el frío egoísmo cerebral nacido de este infierno.
"Cuando la tierra despierta
Valparaíso
llevando el diablo en la piel
y alegre inicia su baile
Valparaíso
vertiginoso y brutal
hay tanto albañil
dispuesto al ritual
de los andamios alzados otra vez
Valparaíso".
Fesal Chain
En Valparaíso en las calles, en los cafés, en los cerros, en las casas, muchos hablan del incendio, muchos actúan desperdigados aunque parecen columnas y otros en causas particulares y supuestamente pequeñas, si es que la vida de un ser humano es pequeña y la de muchos es amplia, cuestión meramente abstracta y que depende del ojo. Los intelectuales de una y otra trinchera arrastran y lanzan sus discursos, ya sea a favor de un ordenamiento tecnocrático, ya sea a favor de lo "natural" del porteño o de un rol más fuerte del Estado, o de las comunidades. El caos no es meramente falta de ariete.
A riesgo de locura, afirmo que pocos leen el conflicto fundamental y determinante, pues existe. ¿Porqué en televisión de todos los invitados al foro de El Informante, sólo uno habló, - y medianamente-, de las empresas forestales abandonadas que como cordón maldito acechan al puerto y a las cuales no se le puede normar en absoluto? ¿Porqué Televisión Nacional invita personajes, -a excepción de Agustín Squella,- , que parten denostando al habitante en general y al poblador en particular y sus supuestas responsabilidades como lo hace fácilmente el Sr. Navia desde Washington, y no hablan de que el incendio comenzó en un basural que luego avanzó sobre esos bosques abandonados para arrasar con la ciudad?
¿Porqué todos los invitados colocan a la poesía, a la literatura, la reflexión histórica, a la historia misma de los asentamientos y la determinación de la geografía sobre estos, sobre la cultura, sobre la heterogeneidad de clases y estratos que conviven en los territorios como un problema central a modificar de modo radical? ¿Porque no fueron invitados, los intelectuales y artistas porteños de las comunidades y sólo fueron a la gran pantalla humoristas y músicos de farándula sin discurso elaborado, y frente a ellos pusieron como esfinge al tecnócrata Poduje, que denosta justamente a la poesía, a la literatura, a la reflexión histórica, al habitante y al poblador, a la heterogeneidad social y habla sólo de la podredumbre de Valparaiso y su suciedad como lo único existente?
¿Porqué los medios escritos y audiovisuales muestran que sólo se quemaron las tomas y los pobres, cuando todos los porteños, -sabemos-, (sí, sabemos, soy porteño por merecimiento e historia familiar) que no hay, como afirmé antes, límites estrictos entre clases y estratos en los barrios y cerros, como en Santiago o las ciudades construidas en cuadrículas, y que acá nos quemamos todos sin distinción?
Pero continúo, a riesgo de juicios de locura, el conflicto fundamental es entre el bien, expresado justamente en la reflexión sanguínea, dolorosa, telúrica y poética, -y no por ello menos técnica-, de la realidad geopolítica y social que aún representa Valparaíso en la vida de Chile, y esa mirada maléfica de hielo, de los tecnócratas que defienden -escondiéndolo-, el gran poder transnacional, financiero y usurario de los grupos económicos, que esperan el fin del infierno provocado por sus mismos terrenos abandonados, para deshabitar definitivamente los cerros, los asentamientos populares y ciudadanos y la vida real del porteño.
Ya no meramente el conflicto entre una derecha liberal y una centro izquierda mas o menos estatista, sino la confrontación subterránea entre el frío de la mirada desprovista de toda comprensión del otro en su diversidad y en su situación inmediata e histórica, caricaturizándolo, cosificándolo y expropiándolo, y la mirada llena de quienes creemos en la comunidad efectiva como una continuidad espiritual construida desde la historia individual y social asentada en la geografía loca y tumultuosa, ésta última como parte integrante de cada cuerpo de cada porteño y porteña y sus hijos allegados, y constitutiva de todo el cuerpo social.
El caos no es el fuego y su destrucción, el incendio de Valparaíso es la trágica oportunidad de que los comunitarios y el mundo social logremos ver desde él al hielo, a los hombres y mujeres de hielo y su distanciamiento de lo humano, la existencia de los críticos elitistas de lo comunitario, de lo ciudadano, de lo popular y regional-nacional, de los que en la sorna del dolor o en el panegírico fararadulesco del llanto infantil, o desde discurso hiper racional del economista y el urbanista privado, tratan de imponer sus propias concepciones e intereses que dejan de lado lo realmente existente.
Pues el verdadero el orden será que la comunidad se visibilize sobre la tecnocracia financiera y la mass media, -si el Estado llegara a elegir el puerto como realidad, deberá elegir entonces al porteño y porteña en su soberanía histórica, espiritual, cultural y geográfica-, y sobre todo ello y desde ello reformular la nueva vida. La columna vertebral hoy necesariamente es la reflexión, -aunque se crea maniquea-, del conflicto soterrado, entre la dignidad sanguínea y el frío egoísmo cerebral nacido de este infierno.