Contigo en la distancia

(O un bolero con Pedro, la mariquita linda)


Fesal Chain

Caminar con un abrigo ruso por Avenida Matta en el invierno seco de Santiago era para llamar la atención de cualquiera. Todos y todas se daban vuelta a mirarme, mientras me enfrentaba con un dejo de nostalgia a ese torreón decrépito, y tú ahí parada en la puerta, con tu ceja arriba y tu pañuelo en la cabeza. Del ojo de buey lleno de luz salía una canción, mientras uno de tus pies en punta alzaba el taco levemente que movías de un lado a otro. “No hay bella melodía/ en que no surjas tú/ ni yo quiero escucharla/ si no la escuchas tú.”

Al acercarme, todo ese aire de casa de Hopper, en penumbra, casi exacta en sus ángulos y de pintura descascarada, se fue a la cresta. Las escaleras olían a un pichí viejo, en un rincón dormía un vagabundo entre diarios, y tú no jugabas con tu pie alado ni nada, sólo cojeabas por una espina incrustada en el talón. Tan incrustada como se nos había metido el diablo post dictadura a nuestros cuerpos trajinados. Hola chico, me dijiste, cómo van tus días. Y para ser sincero, te mentí, me hice el duro, bien, bien, porque mis días eran una soberana mierda. Ya no era ni la sombra de aquel que creía que “cada momento era un río sin fin; de cigarrillos y revistas”. Mis bríos de ayer, de joven rapado, aro en la oreja y lengua viperina, lo que te había deslumbrado tanto, se habían ahogado en copas rotas y en amores trizados. Exudaba mi remedo.

Los peldaños al segundo piso, desclavados, crujientes, eran nuestro camino al cielo sin luz. A mano izquierda una pieza llena de gasas lilas colgando, y frente a mí un gran salón sin muebles, sólo cajas y más cajas y un gran David pegoteado en la pared despintada. El pañuelo al suelo, los tacones al aire, la mirada de ojos caídos. ¿Qué nos había pasado? El piso no era el pasto, las cartas del bolso no eran de amor, las pelusas que rodaban no eran hojas, y el agua que corría no era el Mapocho sino el silencioso del baño, con su goma quemada.

-Aquí estamos pues chico, parecemos putas tristes por la mañana.
-Sí, tú con la pintura corrida y las patas hinchadas. Yo tarareando las notas del piano, en el sofá de la Carlina, lejos de mi mujer. Y esa radio funciona?
-Ya, chico, ya, si no es pa’ tanto, me estai’ lateando. Sí, funciona, tengo un casete maravilloso.
-Escuchémoslo mientras hago estos petí buché de mortadela con margarina, traigo tazas?

En realidad la voz de Gatica nos hizo aún más tristes, y la cerveza tibia me recordó la espuma de aquel mar que nunca vimos juntos.

-Mejor bailemos, que con esa cara de funeral no le ganai’ a nadie, y además te relajas, lindo, no te vai’ a hacer el cartucho ahora o me tení' miedo?
-¿Miedo yo? Tai’ tonta, nunca te tuve miedo, no te acordai’ que te discutía como endemoniado? Que te abrazaba en el parque. Me encanta bailar pero pa’ celebrar, y ahora qué fiesta?
-La fiesta del encuentro pues chico, la fiesta de estar vivos. Ay, no sé, que tenemos radio. Que aprendiste echarle margarina al pan, ya párate
-Bueno, pero yo te tomo la cintura.
-Claro y voy a quedar colgá' como ropa vieja
-Bueno, tómamela tú, aunque me queda poca.
-Sí, tení' tanta como yo tersura en el cuello…
- Ya, si no es pa’ tanto, si no estai’ vieja. Oye, y a ese quién lo invita? Al de la pared…
-Ahh, ese mancebo, nunca me deja, nunca, pero es quieto, frío, no baila, como tú…

Entonces, apenas tocaste la tecla del play desvencijada, y divertida me abrazaste riendo y subiendo tu ceja, de la pieza llena de gasas salió la luz, cual chispas de disparos en la noche, el pañuelo voló a tu cabeza, a la vez que uno de tus pies en punta alzó el taco levemente. El piso fue el parque del aquel verano, las cartas del bolso se llenaron de novias y novios de primaveras pasadas, las hojas amarillas del otoño se pegaron a nuestra piel, y el Mapocho invernal volvió a ser bramido sordo y tempestuoso. Así, en un chic tu chic se mezclaron nuestros ímpetus y ayeres, entre lágrimas de sal que corrían por los pliegues de tu rostro, del mío, y el del David de Miguel Ángel, mientras el Pitico con voz asmática y lastimera nos decía al oído: “Es que te has convertido/ en parte de mi alma/ ya nada me conforma/si no estás tú también”.


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