La historia del niño y los asesinos

Fesal Chain

Vamos, les contaré la historia de un niño
que vivió entre asesinos
y al cual ustedes desdeñaron:

El niño miraba el ventanal donde el teniente coronel
o qué se yo que grado habrá tenido el tipo
golpeaba a su mujer en bata con una fusta
de las que se ocupan para golpear caballos o yeguas.

O corría a tras una pelota de viejo cuero
con los hijos del psicópata la tarde en que uno
le enterró una espina de rosa a otro en su ojo,
justo justo al medio para ver si sangraba
para ver si lo que hacían los grandes
les dolía poco o mucho a aquellos
que nombraban en los almuerzos del domingo
entre gruñidos.

Por aquel tiempo todo el viento del verano
recorría casas sin terminar
de hormigón armado y ladrillos húmedos
resquebrajándose al sol de tardes sin nubes.

Un día cualquiera, sentado en la plaza
con nombre de general
vio como el joven sin charreteras
molía a palos a su hermano
hasta volverlo polvo o arena,
entonces corrió veloz tras la pelota
de viejo cuero pero solo, solo, solo
para no herirse los tímpanos
para no sentir la nervadura de niños y hombres
que en realidad no lo eran.

Pues les contaré la verdadera historia:

Una noche el niño por siempre desdeñado
observó detenido como en aquella casa extraña
todos sus habitantes se sacaban la piel
(tenían un cierre en sus espaldas)
y se mostraban tal cual eran
mutantes de carne sangrante y soñolienta
que supuraba viscosa, eterna, plañidera
voraz, amarilla, infecta.

Entonces volvió a correr con su pelota
cada vez más veloz
cada vez más y más veloz
hasta llegar frente a la figura
inmóvil de su padre
a quien trató de decirle todo
lo que sus ojos habían visto
día tras día, tarde a tarde,
con el sol quemando y sin nubes
con ese viento idiota
siempre silbando entre los idiotas.

Sin embargo justo en  el momento
en que se atrevió a hacerlo
su mandíbula se desencajó
su lengua voló a los campos muertos
de matorrales secos
y nada pudo decir, nada.

Entonces nervioso o acaso en paz
corrió y corrió tras la pelota
golpeándose la mandíbula
con la palma de la mano
para que volviera a su sitio.

Buscó su lengua
que entre el hormigón armado
y los ladrillos húmedos
encontró aún viva
retorciéndose entre escombros.

Y la volvió a pegar justo al medio
ahí en ese oscuro y frio espacio
entre sus dientes
para no volver a hablar
hasta muchos años después,
tomándose un café.






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