El Negro Jorquera


Fesal Chain

Yo no era habitué de su mesa, la primera a mano izquierda entrando a Las Lanzas, local ya mítico de Ñuñoa, sin embargo, fui a ese restaurant casi todos los días durante diez años, y ahí, como les cuento, en aquella mesa, siempre estaba el Negro Jorquera, quien fuera secretario de prensa del Presidente Allende, periodista de una generación brillante junto a Lira Massi, el Perro Olivares, Carlos Berger, Máximo Gedda o Tito Mundt, por nombrar a algunos. Habitante fustigado de Isla Dawson y obligado al ostracismo en Venezuela. Un par de veces conversé con él, con la única finalidad de estar cerca de la historia y del periodismo de máquina de escribir y calco, pero sobre todo de la Historia y del Periodismo escrito con mayúscula, ese que hizo carne el titular heroico de la vida de Chile, que jamás deseamos que se escribiese: Morir es la Noticia. También me acerqué a él para conocer al gran autor de uno de los libros más humanos y sabrosos sobre el Presidente: El Chicho Allende. En Las Lanzas, Jorquera era parco con los desconocidos, pero en algunas ocasiones con su vaso de vino y con el cigarro eterno entre sus dedos, sonreía con la mitad de la boca, mientras sobre la plaza comenzaba a caer la noche. Una mueca sarcástica que en conjunto con sus ojos mirando hacia la nada, parecía más bien un hundimiento en sus recuerdos, en sus nostalgias, pero sin el derrumbe de la derrota definitiva. Hoy la mesa estará vacía y pasarán muchos meses o quizás años para que los parroquianos se acostumbren a no ver más a ese hombre bueno. Carlos, "el Negro" Jorquera ha muerto y con él va desapareciendo un modo de ser, la de una clase media austera, culta, consecuente hasta el final y hecha a pulso, que soñó porfiada con el socialismo con vino tinto y empanadas. Una clase social compuesta por hombres y mujeres que dieron la vida por aquel sueño.


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