Corazón Solitario

Fesal Chain

Hubo un tiempo en que escribía en una máquina adler en el barrio Matta, en un segundo piso que daba a la zona sur de Santiago. Desde el ventanal era posible mirar en perspectiva una colección de techos de zinc, con hombres jóvenes y viejos agachados poniendo tapa goteras o erguidos de torso desnudo tomando el sol de la tarde. En la mesa tenía mi máquina y al costado una estufa a parafina, sobre ella una tetera hirviendo y un tarro con hojas de eucaliptos. En esa época combinaba mi escritura con un trabajo de ayudante de electricista y con transcripciones de audios de mujeres pertenecientes a ollas comunes, que hablaban muy rápido y a las cuales había que plasmar en el papel del modo más genuino posible. Cansado de teclear muchas horas, me ponía a pintar al óleo las mismas techumbres repetidas que se podían ver desde el ventanal, colocando en el centro de distintas telas al hombre viejo que observaba con una lupa el trabajo de reparación. De esos cuadros, una treintena al menos, no tengo ninguno. A veces escuchaba el único disco que había en la casa, Sargent Pepper's Lonely Hearts Club Band, esperando a una mujer que había sido mi mujer un tiempo. No tenía teléfono ni como ubicarla, así que pensaba que poniendo el disco ella podría sentir a lo lejos mi llamado. Era una invocación absurda. Sin embargo, una tarde en que ya no tenía papel, ni óleos, ni tampoco comida, puse el long play y en la mitad del tema Fixing a Hole (Arreglo un agujero por el cual entra la lluvia, que no deja viajar a mi mente errante), sentí unos golpes en la puerta. Al abrirla, la vi a ella con su cámara fotográfica colgando de un hombro y con un pan con mortadela en su mano derecha. Así fue como comencé a vivir con aquella mujer durante casi diez años.


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