D





























Fesal Chain


Antes de leer el Guardián entre el centeno, y no fue hace mucho, conocí a D. No puedo nombrarla, tampoco dar detalles de su historia. En realidad su historia es muy triste, aunque ella no lo sabe. Su padre está en la cárcel y su madre camina por la delgada línea que hay entre el mundo y la cárcel. D. es una niña bella. Y buena. A mí me dan ganas de salvarla, sí , tal cual, salvarla. Es decir, que deje de caminar por la delgada línea que hay entre ser una niña feliz y una atormentada. He planeado varios caminos y creo que si lo hago bien, podría resultar. No puedo dar detalles, se trata de la privacidad de ella, porque hasta los niños y sobre todo ellos deben tener privacidad. Si todo resulta, ella podría ver el mar desde un cerro, tomar leche con sabor en su pieza, acostarse con su muñeca, al despertar mirar los pájaros por la ventana y por la tarde leer cuentos, por ejemplo de Mark Twain. En un principio no le causarían gracia, pero sé que terminaría por entender el humor negro de Mark Twain. También podría tener su propio perro. A D. le encantaría un cachorro de pastor alemán, un ovillo gordo de lana que le ladrara por la mañana antes de ir a la escuela. Cuando pienso en todo eso, más ganas me dan de salvarla, sí, salvarla, como cuando Holden le decía a su hermana, que imaginaba a un montón de niños jugando en un campo de centeno a punto de caer a un precipicio y a él tomándolos justo antes del vuelo. Bueno, así fue, cuando leí aquello volví a pensar en D., como ahora, que yo podría ser su guardián hasta que creciera y pudiese tener una vida, una verdadera vida.


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