Ella y él

Ella, sueña con comprar
un libro de fotografías
del monumental mar
él, con ir a pasear a la playa
y quedarse allí en una residencial,
otro él, sueña con un paseo
por todas las ferias del litoral
donde ir a comprar calcetines de lana
y un marco de fotos para mamá,
otra ella, sueña con la mano
de otro él en su mano
y una fragancia de lilas en el cuello
y una seda verde amarrada a su pelo
flotando al aire en el vendaval.

Los cuatro trabajan bastante
más de lo quisieran en realidad
uno él, como cajero
en un supermercado triste
con reguetón,
la otra ella reparte su manos
en las manos de cualquiera,
en el kiosko de la esquina
vendiendo turrón,
el otro él, camina por el barrio
como caminaba hace ya 10 años
da vuelta la manzana de rondín,
de una empresa privada
sin comienzo ni fin,
la otra ella, vende en la feria
mallas de cebollas
para la sopa dominical.

Todos los sueños se esfumarán
temprano en la mañana
demasiado de madrugada en realidad,
una hora para esperar que lluegue el bus
y si se le da la gana, no parar
otra hora atrapados en el metro azul
como en lata gigante de un gris atún
que ya pasó a ser eso, un lugar común.

El candidato en la plaza
camina como un gran señor
atrapa por la cintura
a su esplendorosa mujer
envuelta en seda y tul
fragante a lilas, a rosas
y a chanel número 10,
él, peinado para atrás,
inflado el pecho
tostado natural,
de viento, playa y mar
mira hacia abajo,
para no mirar
basta que lo miren sólo a él
y lo comparen
con la gigantografía
del almacén.

Entre tanto, el poeta del barrio
anda con un libro del negro Guillén
Sóngoro Cosóngo
leyendo el poema Tengo,
lo que tengo que tener

El casi invisible poeta
lee el verso antiguo
en aquella plaza
de Quinta Normal
donde ella y ella
y el y el,
y el candidato y su mujer
no se saludan
no se tocan
ni se huelen
ni se ven.

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