Poesía del bienaventurado


Acá abajo
no se mira
la promesa
siempre incumplida
de los otros.
Acá abajo miramos
con el propio ojo
con el único ojo
el que nos queda
ya no quemado por asombro
la vida misma
el hogar,
el hombre con la mujer,
el hombre con el hombre,
la mujer con la mujer,
y a nuestros niños y niñas,
y el árbol de la cuadra
y el gato o el perro
que duerme a la berma
del camino de Samaria
y a las cosas que denominamos
por costumbre y uso.
Acá abajo, forjamos la emoción
la disposición corporal
a la acción
y forjamos la acción misma
con el sueño cubriéndonos enteros
con el sueño,
que nos permite vivir.
Acá abajo vivimos
de continuo
abandonados a la utopía,
que hemos construido
porfiadamente
en nuestros
500 años de abandono 
y soledad.

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