Recuerdos y esperanzas

Fesal Chain

Tendría unos 14 años y en un específico sentido, mi caminata por las calles de Santiago no era muy distinta a la de hoy, me deslumbraban los rostros y las realidades escondidas de los cuerpos contrariados, la pobreza de las ropas, lo gris de las calles de un Santiago bajo la llovizna.

Entré a una librería que ya no existe y allí frente a mis ojos de niño, un hombre extraño en la portada de un libro bello. Raramente para esos años, el librero tenía una melodía desconocida: "Después de mirar hacia atrás, el mundo se va abriendo, soy casi feliz, las nubes me siguen cubriendo, más pienso que van a partir" (1).

El hombre de la portada era de una delgadez extrema, sus ojos miraban más allá, mucho más allá del horizonte marítimo que miraban nuestros rostros, en esos días tristes. Su camisa era de un blanco invierno, abotonada hasta el cuello, muy austera, sus labios de una semi sonrisa como la de La Gioconda, escondían acaso los versos de la madrugada. El hombre de la foto era aquel al que llamaban "El que ilumina".

Tomé el libro y comencé a hojearlo con una delicadeza que jamás tuve y que nunca he vuelto a tener. En algunas páginas habían suaves poemas:

Los antiguos poetas se complacían cantando
a la naturaleza: las nubes, las flores, la luna y el viento,
los ríos y montañas celebraban sus cantos.
Hoy debemos fundir los versos en acero
y ser cada poeta un bravo combatiente.

O este:

El río une sus aguas a la bóveda astral.
Asuntos militares entre olas discutimos,
nos trae a medianoche un bote envuelto en luz lunar.

Eran los versos de un hombre bueno, que marcó sus botas sobre el barro y los arrozales, y que en una noche lluviosa de abril huyó de la emboscada, de la traición y la matanza y en una fatigosa marcha de años y años de rosas blindadas y explosiones, enamoró a millones de hombres y mujeres, fundó un partido de los pobres y desde la poesía y el fusil, creó una nación con la fuerza de la tempestad y del rayo. El mismo hombre que después de la heroica gesta, vivió en una pequeña casa, su casa de siempre, pese a los ofrecimientos reiterados del gobierno de cambiarse a un palacio presidencial.

Mientras seguía leyendo y releyendo ese libro, bajo la mirada cómplice y callada del viejo librero, en la pequeña sala, polvorienta y de agridulce aroma, seguía rondando la música desconocida:"...mi luz al final se va viendo, presiento que voy hacia ti, (...) y al final venceré, al final venceré, saludo ese día feliz, de esperanza..." (2)

El nombre de ese hombre era, como ya les había contado, "El que ilumina", que en vietnamita se dice Ho Chi Minh.



(1) y (2) Mi esperanza de Pablo Milanés.


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