Humo que aparece por un instante y luego se disipa


x Fesal Chain


Fíjense ahora ustedes que hacen proyectos como éstos: “Hoy o mañana partiremos a tal ciudad y allí pasaremos el año; haremos buenos negocios y sacaremos ganancias”. Ustedes no saben lo que pasará mañana. Y su vida, ¿qué es? Un humo que aparece por un instante y luego se disipa.(1)

A propósito del párrafo anterior, pienso en Gustavo Cerati, músico argentino de gran trayectoria y un verdadero aporte a la poesía y la música latinoamericana. Como no recordar a su grupo Soda Stereo y esa Persiana Americana, cuando muy joven yo vivía en una vieja casa de Plaza Italia y mientras lo escuchaba, pasaba la virutilla como endemoniado por el piso de parqué del pequeño taller, refugio de estudiantes y también de clandestinidades necesarias. Hoy Cerati está inconsciente producto de un accidente vascular. Probablemente no saldrá jamás del coma en que se encuentra.

Y también recuerdo esa tarde en que pasé a ver a mi viejo amigo a su local de Calle Merced y vi su negocio cerrado sin previo aviso y supe casi por intuición que estaba grave en el hospital. Esa misma tarde corrí a verlo, era su cuerpo en esa pieza fría, el espectro de lo que siempre yo había visto, aquel hombre fuerte y orgulloso, era su cuerpo en esa pieza blanca, sólo el hilo de aquella soga dura y tensa que sujetaba los barcos de la bahía en su juventud ya ida.

Anoche, mi cuerpo se hermanaba con el de ambos, era un bulto tirado en una camilla, un pedazo de carne y músculos que se tensaban a cada corte, nada más que eso.

Entonces, luego ya en mi casa, reflexioné que por lo mismo y no por otra cosa, hago de la palabra otro cuerpo, -que pretendo insustituible-, que pienso perdurará en el tiempo, que no se convertirá en fantasma, que no se disipará como mi sangre estallando en el plástico de cualquier silla de ruedas de un hospital para pobres o para ricos, hospitales al fin.

Entonces escribo porque sé, que no sé lo que pasará mañana, escribo porque intuyo que la mujer que me miraba por la puerta entreabierta hacia el interior de la sala de curaciones, será sólo la imagen que dejaré de ver alguna tarde, escribo porque mi madre, mi padre, mis hijos, mis amores y los que vendrán, me guardarán en viejas fotografías y se reirán con esas muecas y mis absurdas ocurrencias.

Escribo porque cierta gente sola, camina por esa calle de adoquines, y porque los perros se restriegan en la acera, porque el mar quedará en la ventana y mis palabras serán rescatadas alguna mañana de abril, o cuando la lluvia no se detenga más, por los siglos de los siglos.

Escribo porque me da cierta compañía, el pensar y dejar rastros de signos en la hoja, y ser sincero y pacífico, al menos como la voz de aquella tribu deshecha, que quise llegar a ser.

Escribo para dejar algo en la tierra seca, para acortar la distancia entre lo que los demás ven de mí y lo que leen de mí.

Escribo para quedar en la retina de la pequeña historia, como un hombre que a pesar de los pesares, lloró y rió la humanidad estrecha de su experiencia y de la caminata irreal de los otros en casa vieja, y que al fin y al cabo sus deseos y placeres, sus rabias y alegrías, sus motivaciones y desdenes, no fueron más que difíciles pasos tratando de desterrar la mala fe de su propio cuerpo físico, que envejecía y tendía a no ser, a cada segundo de segundos, a cada minuto de minutos, a cada maldita y bendita hora, como humo que aparece y se disipa.




(1) Nuevo testamento; Carta de Santiago 4, Las Malas Ambiciones, 13 a 14.

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