La basura del poeta

Fesal Chain

Ninguna política, ninguna imagen histórica de héroes proletarios o burgueses, ningún eslogan, ningún discurso, ningún crecimiento del PIB o elección de diputados, ninguna bandera, ninguna estatua ecuestre de héroes o de mártires, nada, ni bocinas, ni trombones, ninguna canción de agitación y propaganda, nada, nada, despierta al chileno medio de su abúlica caminata, de su consumo desenfrenado y desarraigo, cual paloma ciega comiéndose una fruta podrida rodando calle abajo.

No se trata de llorar la larga marcha de la vida, sino de fijar el “espíritu de la época”. Para qué, se preguntarán ustedes, para qué queremos mirarnos en un espejo opaco y trizado más encima, con su marco de oropel gastado en la vieja casona, llena de viento por dentro, que mira al mar. Probablemente, para poco. Probablemente para acompañar en un futuro, con balances y memorias, la caminata de los otros, de los hoy siempre olvidados o de los que vendrán mañana a relevarnos.

Porque no tenemos murga, ni tango, ni canción nueva, ni boleros, pero tenemos la palabra, la telúrica, que nos surca las venas y espesa la sangre. Tenemos la palabra palpitante y vendedores ambulantes de libros o detrás de empolvados anaqueles. Tenemos creadores vagando por las calles y flotando en el ambiente, pero por sobretodo aún al loco pueblo, pobre entre los pobres, que aplaude y se emociona con sus escritores. En esa maravillosa algarabía reside firmemente la triste estadía del que crea, su pesar pero también su esperanza, tal como dice el tango, del que somos su remedo:

“Por seguir tras de su huella
yo bebí incansablemente
en mi copa de dolor
pero nadie comprendía
que si todo yo lo daba
en cada vuelta dejaba
pedazos de corazón...”

Pues la palabra es sembrado de sístoles y diástoles, sobre la tierra fértil del pueblo que sufre tanto o más y desde otros territorios más concretos, que aquel que llena hojas de papel con ideas, imágenes y sonidos. Por eso cuando apenas llegado a Valparaíso caminando por el cerro, me acerqué muy temprano por la mañana a conversar con el recién conocido hombre de la basura, para pedirle que recogiera cajas y escombros delante de mi casa, y recibí por respuesta un giro de su cuerpo y un grito a sus compañeros: ¡¡ ehhh miren, es el poeta, recojamos la basura del poeta ¡¡, fui el hombre menos perplejo, el más emocionado y agradecido de mi oficio y el más futurista habitante de sus viejos laberintos.



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