Mi vida en ustedes

De izquierda a derecha: mi hijo Elías, mi madre Cristina, mi padre Fesal, yo y mi hija Fernanda


Fesal Chaín
Publicado el 29 julio del 2014
ESPECIAL PARA SITIOCERO

La familia

Mi abuelo murió solo en un sillón llorando por no poder volver a su tierra. Mi padre ya un hombre del siglo XX, hijo de la década de los ’60, fue siempre un iconoclasta, de formación laica con padre y madre islámica, pero al fin de cuentas, hermanado con todos los movimientos de su época, el del nacionalismo de Nasser, de la revolución argelina, de la revolución cubana y de Miguel, y ciertamente del allendismo y la vía chilena al socialismo. Acaso y lo digo con profundo respeto, un tanto rebelde a esa cosmovisión de mi abuelo, tan rígida respecto a la cultura chilena de la década de los ’50 al ’70. Hijo de la educación pública, más cercano al progresismo de la época. Un verdadero ecuménico. O lo que los judíos llaman, un asimilado.

Mi camino

Por mi parte yo, hijo y nieto de esa cultura estricta en su convicciones y de palabras nunca divorciadas de las prácticas, avancé mucho más a la integración total, siendo chileno seguí al cristianismo militante de la teología de la iberación, al marxismo opositor de la dictadura y nunca hice diferencias con mis amigos y amigas judías, no porque me lo impusiera a rajatabla, sino porque jamás escudriñé sobre quienes lo eran o no, pues no estaba en mi horizonte o cosmovisión hacer distinciones de ese tipo, veía en todos y todas aquellas que conformaban parte de mi comunidad, a mis compañeros y amigos de vida en la lucha cotidiana que nos tocó vivir, la de la noche más negra y amarga de Chile.

La mirada de mis hijos, y valga la redundancia, la mirada de mi abuelo, la de mi padre y la mía propia, siempre volaron sobre las determinaciones sin renegar de ellas, pero enriqueciéndolas como parte de nuestro acervo cultural.

Una anécdota triste, cuando mi hijo de 4 años me contó que tenía un amigo muy querido en el jardín infantil y con cierta complicación me dijo que era judío, su frase me desarmó completamente, tantas veces escuchó la crítica política tan dura sobre ellos, que su pequeña humanidad sufría al sentir que tenía vedado dar cariño y amor a quien era su mejor amigo, su hermano de pichangas y de abrazos en la cancha, cuando el gol inflaba redes y remecía el travesaño. Entonces, sin asomo alguno de dudas, le dije que su amigo era bienvenido a nuestra casa, porque no hay cuestión más bella que tener un amigo y que en nuestra familia no hacíamos nunca diferencias con nadie, aún cuando el papá tan expresivo y esclavo de sus emociones dijera barbaridades que de tan generalizables eran irreales e injustas. Que no me hiciera caso. Desde ese momento, bajo la mirada crítica pero tierna de mi mujer, me prometí no repetir dichas consignas o rabietas producto de mis penas, sabiendo que los hijos a esa edad no son sino un enorme receptáculo acrítico de las frases rimbombantes y explosivas de sus padres.

Los amigos

Me acuerdo también de ese gran amigo Juan Christian y de su hermano Carlos, cuando en una buhardilla nos emborrachábamos de euforia por la piñufla democracia recuperada sobre los miles de nuestros mártires y héroes, o cuando conversábamos en una fuente de soda después de la muerte de uno de nuestros compañeros, llorando juntos. Nunca supe sino hasta décadas después, que mi amigo Juan eran de origen judío, y en realidad nunca me importó, habíamos luchado contra la dictadura mano a mano y habíamos perdido amigos comunes. Pero no sólo eso, habíamos sido compinches y nuestras hijas que nacieron al mismo tiempo y que inauguraban nuestra vida de padres al unísono, jugaban juntas con las mismas muñecas y peluches en el mismo patio inmenso.

También con otros amigos, Mauricio y Raúl, vivimos momentos complejos y jamás pensé en ellos como pertenecientes a pueblos o religiones, y me alegro que una palabra mía, un espacio en la casa, un plato de almuerzo o un paquete de cigarrillos los hayan hecho sentir, en breves momentos, acompañados y valiosos para quien siempre los consideró seres humanos a toda prueba y quienes también, de una u otra forma, me ayudaron a seguir adelante en momentos difíciles.

Pues palestinos y judíos son parte de un mismo mundo desde hace milenios y nuestra racionalidad tiene enormes puntos de encuentro, es que entendemos el mundo como resistencias parciales y dignidades a todo evento frente al racismo o la discriminación. Es que somos en síntesis, producto de la diáspora y de la cultura y la promesa de encontrar nuestra tierra prometida, pero aquí, en este mundo nuestro bien real y concreto.

Ente otros

Esta es mi verdadera convicción y mis anhelos del alma. Decir que soy hijo de la cultura, por mis lecturas y estudios y no por mis riquezas, pero sobre todo hijo de una cierta medianía o estado bisagra, que no es en absoluto medias tintas. Estudié en un colegio de la clase alta chilena donde conocí grandes amigos, viví en barrio militar en plena dictadura y aprendí a conocer a los militares de toda calaña, unos, honestos y convencidos de su aporte al desarrollo nacional, y otros locos psicóticos miembros de la represión y la crueldad de la DINA , al mismo tiempo que elegí la lucha frontal contra la barbarie pinochetista. Fui clase media laica pero amigo de los proletarios, a quienes tampoco vi como tales, sino como hermanos cotidianos de estudios y fiestas, de caminatas por los barrios obreros, de celebraciones por sus logros y por sus hijos recién nacidos a los que paseábamos en cochecitos pobres entre fábricas quebradas y abandonadas. Fui también hijo de mi madre que huérfana fue criada con todo el amor, la ternura y la educación de mi bisabuela Elena Lefort Levinson, sino judía de religión, sí de cultura y que me amó y me educó cuando yo era el mismo niño que mi hijo Elías cuando me preguntaba sobre su mejor amigo. Ya vieja me miraba y me ponía en el antiguo tocadiscos “El Club de los corazones solitarios del Sargento Pimienta”

Así, por azar y destino no manejados completamente por mí, he sido la bisagra de reales y supuestos feroces oponentes, de los extremos errantes de la vida. Por ello no es extraño que a veces perdiendo el equilibrio viaje apasionado desde la emoción desbordante, a la reflexión ecuánime sobre la realidad de hombres y mujeres que buscan la vida como oficios, como padres y madres, como lucha y como arte, como cotidianidad rutinaria parida con amores, con vigorosos encuentro y dolorosos desencuentros.

Este soy

No me quejo sino que me contento, con la claridad de un hombre que ha llegado al mundo por la fuerza, para ser el equidistante permanente de los enfrentamientos endémicos de la humanidad que se retuerce y se dispara proyectiles de odios arquetípicos o besos húmedos de angustia. Y no quiero matanzas ni odios, ni exterminar a ningún ser humano aunque algunos defiendan su supremacía por sobre los supuestos tristes animales que somos los palestinos, y que definen en su reyerta feroz con la frialdad del victimario.

Este soy yo, y pido perdón de corazón si he sido hiriente cuando veo a mi pueblo masacrado, a sus niños hechos jirones con juguetes en los que les queda de manos, pido perdón a todos quienes me leen, de distintas condiciones y determinados por la historia de sus comunidades y pueblos, pido perdón con el corazón en la mano pues no es sino la mano y el corazón palpitante los que viajan entre la pena y el miedo, entre el amor y la compasión, de quien reflexiona sobre sus propias limitaciones y errores.

Este soy, nada más ni nada menos, un humano, mostrándose al desnudo contra toda pretensión de ser un dios de los hombres, sino apenas su hijo malherido. Aquí estoy, despellejado en el ágora central de vuestras pupilas, acá estoy por historia y por azares dispuesto a aunar a los contrarios, aún cuando pertenezco tanto al polo de la ira como al de la pasión con mis semejantes. Aquí estoy yo, el abandonado, pero no solo, nunca solo, porque mi desnudez despojada de fortalezas de ficción, me arropa el cuerpo, esperando vuestro viento huracanado y sus juicios inclementes, o su reconocimiento y que me quieran, que me quieran, desde la definitiva voluntad de un nuevo encuentro.


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