Juegos de niños o nos habíamos amado tanto





Fesal Chain

He escrito y reescrito esta crónica muchas veces, hasta que una mañana, me vino a la mente de modo intempestivo, esa vieja película de Ettore Scola. "Nos habíamos amado tanto". Debo haberla visto unas seis o siete veces en aquel viejo Cine Normandie de la Alameda. La historia de la derrota, del engaño, pero también, la historia del amor a través de esa misma derrota y de ese mismo engaño. La historia de quienes se aferran a carcomidos ideales y de quienes los han olvidado. La historia del desencuentro y de la pena.

Hoy, ya nada de aquello vale, es el cambio lo que cuenta, el derecho a ponerse otra camisa, a elegir marcas y modas, a tomar o dejar las mercancías. Los que no cambian son los depredadores y los que se transforman, flexibles seres del futuro. Pero a pesar de todo, sigo recordando esa vieja película, a Stefania Sandrelli, a Nino Manfredi y a Stefanno Satta-Flores, y sobretodo ese piquero monumental en la gran piscina, del triste burgués finamente representado por Vittorio Gassman.

Vivimos en la mentira, cultural e institucional, alguna vez el viejo Marx la llamó alienación. No es fácil explicar el concepto y no caer en el academicismo: En el sistema capitalista la alienación tiene que ver con las relaciones sociales de producción, o a estas alturas, con las relaciones sociales de acumulación financiera, relaciones de clase, y como éstas van generando una realidad de dominación y codependencia. La burguesía domina, pero a la vez sufre los efectos de su dominación en varios niveles. Es esclava en primer lugar del conflicto mayor, de la lucha de clases, esclava privilegiada pero esclava. Pero también y sobretodo es esclava de que esas relaciones de acumulación sean efectivamente un freno al desarrollo de las fuerzas productivas de ellos y de los demás. Vivimos en la mentira, cuando sumadoa esto no hay noción ninguna de esta suprarealidad que se deja caer como lluvia ácida sobre nuestras cabezas y abate a todos y a cada uno.

Cuando niño, yo tenía un gran amigo, lo fuimos muchos años, décadas, acaso en la edad en que se moldea el carácter y las ideas más profundas, el ser. Con él conocí un mundo nuevo, no sólo aquel que se refería a su realidad social como parte de la oligarquía chilena, sino a la vez y de modo paradojal la realidad de Cuba y su revolución, la realidad de las poblaciones y su pobreza, la realidad de la necesaria rebeldía frente a lo último. Y era un conocimiento cabal, real. No daré detalles, no sería ético. Yo le creía profundamente a mi amigo. Sabía que proveníamos de diferentes mundos, pero él tenía una cierta sencillez, que probablemente aún la tiene, y una austeridad que yo celebro hasta hoy. Para que hablar de su cultura, en esa biblioteca se juntaban diversos conocimientos, la tradición y la ruptura, la muerte y la nueva vida. O las pinturas, bellas pinturas chilenas.

La primera vez que escuché a Silvio Rodriguez, fue en su casa, y escondidos, como si fuese una gran falta, una acción peligrosa. Y lo era. Claro que no en la lejanía que quedaba esa parcela, tan aislada de la guerra. Aunque en realidad no lo estaba tanto. Era su epicentro también. No daré detalles. Sus padres y él eran antipinochetistas, y de muchas maneras lucharon contar los bárbaros. De manera peligrosa también. Pero como digo, no estoy disponible para detalles, lealtad obliga.

Nos quedábamos por las noches escuchando a la Trova, recién salida del horno era a final de los setenta, a Feliú, a Milanés, o a los poetas españoles en la voz de Paco Ibañez. Aún me acuerdo cuando me invitó a ver a la Joan Baez a la Vicaría de la Solidaridad, yo no podía ir. Y después el reencuentro, donde me contaba en detalle todo aquello, o cuando fuimos a ver al mismísimo Ibañez sentados a tan solo un metro de su voz aguardentosa. O cuando escuchábamos a Bob Dylan, una y otra vez, tantas veces, que hasta hoy no me lo saco de la vida.O cuando viajamos por países bullantes, donde la pobreza, la desigualdades que pálpabamos juntos y el odio se hacían pan, choclo y queso en nuestas bocas. Mi amigo era brillante, y su inteligencia lo hacía distante al milicaje y a sus burócratas que justificaban lo innombrable. Era sin duda, un hombre sensible, un demócrata.

Han pasado ya más de 30 años y mi amigo ha cambiado. Ahora es un alto funcionario nombrado por la derecha chilena. Que me acusen de ingenuo, de quedarme en la niñez o en sus aventuras. De no avanzar con el tiempo, de no tolerar los cambios. Pero, ¿qué habrá pasado por la mente de mi amigo, durante estos 30 años? Es delicado el tema cuando uno se refiere a quien quiere, aún cuando haya pasado mucha agua y sangre bajo los puentes de esta vida de dominados y dominantes.

¿Es tan simple como afirmar que en definitiva terminó defendiendo aquello a lo que pertenece socialmente? ¿Que como dice el bolero, todos vuelven al lugar donde nacieron? ¿O acaso todas sus conversaciones y reflexiones, tan sentidas y rebeldes frente a la barbarie y sus formalidades, no fueron más que un juego? ¿Un juego de niños?

Yo amigo, tomé tus palabras y el ejemplo de tu entorno cercano demasiado en serio. Y aquí estoy, escribiendo muy lejos, al menos muy lejos de tí. Nunca esperé que fueras un revolucionario. Tampoco que no estudiaras en el extranjero o que finalmente formaras parte de la empresa familiar. Eso era natural, parte de tu vida y de tus relaciones sociales. Jamás te pedí que las rompieras, jamás te pedí nada.

¿Quién soy yo para hacerlo? Nadie es nadie, para juzgar y cambiar la vida de los otros. Yo no te juzgo, pero nunca imaginé que aceptarías. No estaba en mis cuentas que llegaras a ser parte importante de quienes aborrecimos juntos, de quienes abominamos tan decididamente, y de los cuales fuimos de una u otra manera andrajosas víctimas y silenciosos enemigos cuando niños, era creo hoy, nuestra sagrada comunión. Tú sabes a lo que me refiero.

Amigo, no era necesario aceptar aquello. Pero vivimos en la alienación, y no hay noción ninguna de esta suprarealidad que se deja caer como lluvia ácida sobre nuestras cabezas y abate a todos y a cada uno. No era necesario aceptar, pero al parecer lo necesario y lo esencial, se ha hecho agua bajo nuestros pies. Como esa piscina de "Nos habíamos amado tanto", en la que Gassman solitario, se hunde con cierta amargura. O como esa misma agua cristalina que pisábamos en el lejano sur, bautizando islas inexistentes, con los nombres olvidados de nuestros primeros amores.

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