Miguel Enríquez en Sfumato



x Fesal Chain

Lo había descrito en otros artículos, la técnica pictórica del sfumato, inventada por Leonardo da Vinci, "es un efecto vaporoso que se obtiene por la superposición de varias capas de pintura extremadamente delicadas, proporcionando a la composición unos contornos imprecisos, así como un aspecto de vaguedad y lejanía. Se utiliza para dar una impresión de profundidad en los cuadros del renacimiento. Este efecto hace que los tonos se difuminen hasta valores más oscuros como en la Mona Lisa y en el San Juan Bautista". (1)

La figura-imagen de Miguel Enríquez, fundador y líder de la izquierda revolucionaria chilena, a 35 años de su muerte en combate, es a no dudarlo un cuadro de Leonardo. Efectivamente sus contornos se han hecho imprecisos y el paso de las décadas son verdaderas capas de pintura, una sobre otra, que le da a Miguel un aspecto de vaguedad histórica y lejanía. Y a la vez una visualización exacta de la tremenda profundidad de su valor histórico y martirio.

Miguel murió por amor, pero no ese amor tan del Ché y de las actuales interpretaciones pop de su heroísmo. Miguel no es ni será probablemente, motivo de banderas europeizantes o canciones gringas. A lo más ha sido el protagonista de una canción casi desconocida de Silvio Rodriguez cantada en París hace 35 años y de un poema perdido entre las obras completas de Gonzalo Rojas.

Miguel murió, en el momento de su batalla final en calle Santa Fé, por el amor a una mujer, a Carmen Castillo, la Catita. El podría haberse ido, no escapado , sino ido, como lo hizo en los días de los primeros enfrentamientos de 1973, en las distintas calles de Santiago. Puesto que se trataba de vivir, de proseguir, de continuar luchando. Pero el 5 de octubre de 1974, no lo hizo. Estaba en su casa, clandestina o no, era su casa, el perro Pillan aún daba vueltas por los patios y Miguel y Carmen aún persistían desde la lucha armada, en vivir el amor de pareja, como todas las parejas de aquel Chile o del actual. Miguel se enfrentó a la DINA, para salvar a su mujer embarazada. El mayor revolucionario de todos los tiempos de este Chile gris y sin sentido, Scorpio en mano defendió a su amor a como diera lugar.

Esa figura-imagen que rescato, acaso ha sido pervertida por la agitación y la propaganda, para erguirlo como un cerebro implacable, atiborrado de racionalidad y estrategia, una especie, y que me perdone Miguel, de un Jaime Guzmán de izquierdas. La figura-imagen del Miguel real se ha ido esfumando, se ha ido haciendo imperceptible a los ojos de los venideros, tanto de los que convivieron con él, como de aquellos que eramos niños y recordamos su fina estampa ardorosa y juvenil en los estadios, en los foros y en las calles de Chile o en la voz íntima y en los libros y películas hechas por Carmen Castillo.

Miguel era un hombre, que tontera tener que decirlo, era un hombre, de carne y hueso, de emoción y razón, de cerebro y espíritu, un hombre padre, un hombre hijo, un hombre amante, todo un hombre y sobretodo de acción. Acaso eligió una ideología y enarboló un discurso muy coetáneo a la época que le tocó vivir, pero todo aquello no era su ser profundo. El lenguaje y la armazón lógica de su hacer, fueron genuinos, los eligió, pero a la vez eran el ropaje perfecto para esos tiempos. Es que Miguel en otros tiempos hubiera sido el mismo Miguel.Ya prefiguraba su estadía en este mundo, una rebeldía a toda prueba, primero contra las formalidades estúpidas del conservadurismo cultural de la época. Pues como rebelde y lleno de amor, no dudaba justamente en amar a las mujeres con quienes compartió su vida, sin amarres ni ataduras propias de los convencionalismos de esa época.

No dudó en asaltar bancos o vivir como gitano, para hacer posible no sólo el objetivo de la revolución proletaria como algo ha obtener, sino como modo de vida. Puesto que los revolucionarios de verdad viven como piensan y arriesgan su modo de vida cotidiano en el intento, sin buscar falsas comodidades materiales o seguridades espirituales de buen señor.

No dudó Miguel, siendo Médico y el mejor de su generación (ya a los 30 años, poseía una especialidad), en dejar su profesión que le daría inmensos dividendos económicos, por vivir de acuerdo a sus convicciones más íntimas. No dudó en decirle a Salvador Allende que no aceptaría jamás el cargo de Ministro de Salud de la Unidad Popular, puesto que eso significa traicionarse.

Por eso Miguel murió como murió, porque murió como vivió. No entonces sólo por defender una ideología, un discurso, un mero modelo de sociedad. Lo que defendía Miguel ese día y en los años que lo vieron como el más refractario de los líderes de un Chile que ya no existe, fue un camino donde la valentía como acto cognitivo, la verdad, el riesgo, la negación radical de un mundo que criticaba, la pasión y el amor debían ser puestas en marcha en la vida misma, en la lucha cotidiana y jamás ser levantados como discursos para otros o como una estética carente de poiesis, de acción misma.

Por eso Miguel leía antes de morir la cibernética de primer y segundo orden, a Freud y a Reich, e interpretaba y reactualizaba a Lenin, por eso el libro que "obligaba" a leer a Catita era el Anti Duhring y no necesariamente El Capital. Por eso prefería a Carrera que a O`Higgins y leía a Trotsky una y otra vez, para caracterizar la contrarrevolución y organizar la resistencia. Era su ser completo que lo impelía a su radicalidad y no lo externo.

Leyendo a Encina, observo con detención como el historiador rescata de Barros Arana, la definición de Carrera: "Su vida de joven fue agitada y borrascosa. La inacción le era insoportable (...) irresistible era el poder de atracción (...) que su inteligencia, su carácter franco y simpático y hasta la incansable movilidad de su espíritu ejercían sobre las personas que lo trataban de cerca".

Por otra parte el mismo Encina dice de Carrera: "(...) De un algo demoníaco imponderable arrancan esa simpatía y esa gracia con que conquistaba sin combate a las mujeres, el carácter festivo y travieso que unció a su carro a los ligeros de cascos y la llaneza y la generosidad canalizadas en la mofa y escarnio de la prosopopeya estereotipada de la aristocracia". Para terminar diciendo: "Su inteligencia estaba totalmente desprovista de sentido de la realidad política. No le interesaba tampoco".

Por que digámoslo de una vez, en el discurso del Caupolicán, Miguel prefiguraba una realidad política futura, pero no era la realidad de ese presente. Pero que importaba aquello. Puesto que sólo cada 150 años o quizás más, se da en la historia el nacimiento, desarrollo y muerte de estos titanes de la vida como Carrera y Miguel Enríquez. Y siempre cuando aparecen, están desfasados, están adelantados a un tiempo y a la velocidad mediocre del entorno y de las relaciones sociales podridas, corruptas y llenas de eufemismos y normas absurdas, que impiden el desarrollo de las fuerzas sociales, políticas, espirituales y productivas del presente.

Miguel Enríquez, a no dudarlo fue nuestro José Miguel Carrera del siglo XX, y tal como la figura del primer presidente de Chile, se ha ido difuminando en discursos y programas, pero a la vez, con el paso de los años, se ha ido también mostrando en su verdadero ser, en su núcleo sagrado e inmutable. Miguel murió por amor, por amor a la Catita, por amor a sus ideas, por amor al modo de vida que llevó durante prácticamente 15 años sin respiro, por amor a la velocidad del cambio, por amor a los mayoritarios y también a los minoritarios, a esos rebeldes, radicales, genios de una época, adelantados de su tiempo, incomprendido por siempre.

Miguel murió un 5 de octubre con las armas en la mano, arriba de un techo de una casa celeste, de un barrio obrero y en sfumato en nuestras pupilas, lo rescataremos de la estatua y de la ideología seca, de la fácil propaganda pop de una izquierda muerta, que no hace lo que dice, para reconstruirlo como el hombre que era, aquel que dio su vida por emocionada pasión que nacía de su ser, por amor y consecuencia.


(1) Definición en Wikipedia.

Entradas populares