Sueños...


Fesal Chain

Un hombre al que no conocí ni siquiera de lejos, dijo en una entrevista: "La aristocracia de la clandestinidad es el silencio". Y es cierto.Pero yo todo esto lo soñé, sólo lo soñé...

Era una casa enorme como un gran galpón, sólo dividido por paredes de volcanita, es decir de yeso, recubierto con papel. Estaba vacía. Yo entraba a ella con una mujer abandonada y sin nombre, de mirada siempre triste, de pelo negro corto, melena, como le llamaban en aquel tiempo.

Pasábamos por tres piezas, la primera, tenía un ventanal hecho de pequeños cuadraditos de vidrio, como las casas de los años 60, la segunda era solo un pasillo ancho, y la tercera, otra gran pieza como de cartón. Al mirar hacia arriba, un medio piso, aunque en realidad era el techo de otra pieza más pequeña que cabía al interior de la mayor.

Se entraba por una escalera externa hacia el lugar. Entramos los dos, en el cielo de esa pieza mas pequeña había una tapa, como las típicas tapas de los entretechos antiguos. La abrimos, sacamos de allí una maleta de cuero muy pesada, bajamos por la misma escalera. Caminamos las tres piezas, esta vez en dirección contraria. Salimos de aquella casa enorme, ella hacia mano derecha, yo en sentido contrario. Un sueño común.

La cuestión un poco más sorprendente, es que a esa mujer yo la conocí, pero fue después del aquel sueño, y cuando ya creía que era una mera coincidencia o una fantasía mía, ella me invitó a ver a un familiar suyo muy enfermo, a la misma casa en que habíamos entrado a buscar esa maleta. Exacta.

Pasaron algunos meses y comencé a visitarla por cuestiones estrictamente de trabajo, me empezó a mostrar sus fotos, cuando en un país sin nombre, la jauría andaba por calles y pasajes, por casas y escondrijos buscando a sus presas. Me contó que había conocido muy joven a un hombre ejemplar, vivaz, inteligente y valiente como el que más , luego sin mediar palabras me llevo a la biblioteca de ese hombre ya muerto, comencé a leer sus libros como si estuviera frente a la misma Biblioteca de Alejandría, los leí todos, todos, no dejé ninguno sin hojear y no me falto tiempo para memorizar cada una de las anotaciones al margen de cada libro leído por aquel hombre ya muerto.

Anoche, cuando la ventana de la pieza donde duermo, se abrió, como dijera Violeta Parra, como por encanto, y un viento cálido me arropó violento, comencé sin querer, a repetir las anotaciones al margen de los libros de aquel hombre, pero no como un poseído teologal o místico, sino como quien recita los poemas escolares aprendidos de niño.

La biblioteca ya no existe, ni siquiera el lugar donde se encontraba, ladrillo tras ladrillo fue removido. A aquella mujer no la vi más, probablemente jamás la veré de nuevo.Sólo me quedan en la memoria ciertas frases escritas en lápiz rojo, a veces negro y la alegría íntima de haber sido elegido quizás por el destino, para leerlas, después de que fueron escritas por la mano de un hombre ejemplar, vivaz, inteligente y valiente como el que más.


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