Nostalgias
Fesal Chain
Emil Cioran, nos dice que "...el hombre no está satisfecho de ser hombre. Pero no sabe hacia qué regresar, ni cómo volver a un estado del que ha perdido todo recuerdo claro. La nostalgia que tiene de él constituye el fondo de su ser, y a través de ella comunica con lo más antiguo que subsiste en él".
Acaso será por aquello, que los hombres y mujeres de este siglo y de todo tiempo, realizan actos que a veces colindan con la muerte. La muerte podría ser ese encuentro con la unidad perdida. Vera Schiller también lo afirma en sus textos y charlas, a propósito del suicida, quien busca erradamente la unidad que el esquisma personal y social le ha provocado. O el hombre radical que busca aquella unidad en la lucha a ras de la cárcel, de la tortura o de la inmolación y que cuando sobrevive y triunfa en esa lucha, se da cuenta que ha construido una realidad nueva o no tan nueva, pero no la unidad total que prefiguraba o ensoñaba: "lo más antiguo que subsiste en él".
Hoy, visitando un texto sobre Roque Dalton, me entró una nostalgia de lo no vivido, lo que Jorge Teillier siempre llamó, (iba a decir llama) nostalgia de futuro. Puesto que no lo he palpado sino en sueños: en lecturas que producen sueños y en sueños que producen lecturas. Cuando leía hace una década las conversaciones entre Borges y Sábato, menos me interesaban los contenidos de sus charlas, que eran en sí mismas maravillosas, como los ambientes en que se juntaban y obviamente mucho más allá de una cuestión física, el espacio espiritual que ambos y sus amigos provocaban, generaban, la realidad que hacían nacer en aquella ciudad de Buenos Aires, que en aquella época, estaba muy, pero muy lejos de ser una isla de paz y de intercambio de ideas. Era el infierno en que Rodolfo Walsh, por ejemplo, murió acribillado por las fuerzas de seguridad de la dictadura de Videla.
Ese Rodolfo Walsh, tan desconocido en Chile, y acaso en Argentina, que buscaba en su lucha literaria, política y militar, en el "filo de la navaja", la unidad perdida del ayer y del mañana, mientras Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato acaso también la buscaban, en esas charlas tan propias de un Buenos Aires mítico, que nunca existió, pero que ambos trataban de reconstruir desde la palabra.
Y por favor, no deseo en esta breve reflexión entrar en la discusión, a estas alturas ociosa y triste, tristísima e inservible, de quien buscaba mejor esa unidad o quién era un hombre libertario y quién no lo era, no debo situarme en la barbarie simplona de lo uno o lo otro.
Porque Roque Dalton buscó tanto esa unidad en su periplo latinoamericano, como el poeta vagamundo que fue, comprando en el centro de Santiago o paseando por La Habana junto a Fernández Retarmar y a Heberto Padilla, o charlando como nos cuenta Manlio Argueta "en una mesa del Bar Lutecia, (...) o en el café Izalco, cerca del parquecito San José", como la busco también en la guerrilla donde fue asesinado por sus propios compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo, en una casa del barrio de Santa Anita, en San Salvador, junto con el obrero Armando Arteaga.
No se trata de hacer ni caer en antinomias, probablemente porque la vida no es sino una paradoja un oxímoron, sólo contarles que leyendo un texto sobre Dalton, me entró una nostalgia de algo no vivido, nostalgia de futuro. De aquello que no he palpado sino en sueños: en lecturas que producen sueños y en sueños que producen lecturas.
Quizás, nostalgias de volver a caminar por Buenos Aires y esperar nuevamente a Rodolfo Walsh en una esquina, para ir a aquel café y retomar las discusiones con Borges y con Sábato como contrapunto a sus experiencias y visiones, de volver a ver la sonrisa de Santucho y la calma y parsimonia de Sendic, a los que tanto les gustaba la literatura, de escuchar la voz rara de Dalton, como le dijo la vendedora de coca cola en Santiago al mismo Roque, y de que se rían con grandes carcajadas de mi, por ser un eterno porfiado de la historia, un eterno hiperkinético de la palabra y de los gestos.
No sé, me entró esa nostalgia, de estar con todos ellos conversando, riendo nuevamente, en un viejo y oloroso cafetín de Buenos Aires.