El Escribidor

Fesal Chain

En el viejo y derruido barrio Yungay de Santiago de Chile, la figura se veía difusa pero no por ello menos triste, casi moribunda. Su caminata era una especie de zigzagueo alcohólico y bajo las ropas oscuras y pesadas, se escondía un hombre casi raquítico y de edad incalculable a simple vista. El atardecer caía lento, el viento del otoño soplaba por encima de las cabezas, rozando las copas de los árboles y botando hojas amarillas sobre un asfalto cariado y sobre la tierra que comenzaba a pudrirse, con la humedad y las heladas. Los ratones sigilosos, correteaban en paralelo a las fachadas de las casas de barro y los gatos los miraban con desdén, como quien observa una piedra rodante o un espino seco.

La puerta de Libertad sin número se abrió sola, el hombrecito entró en la morada tan sigiloso como los ratones del barrio. Su cuarto estaba en el tercer piso. Subió unas escaleras que crujían y daban alaridos de mujeres y de ánimas. El candado de fierro forjado, esperaba atento la llave enorme que lo abriría suavemente. El hombre entró a la pieza. En ella sólo había una cama de media plaza, una gran mesa redonda en su centro y una silla desvencijada, tan sólo eso era lo que había. En la mesa, un antiquísimo libro abierto en la pagina 744. Refulgía entre el color nacarado de las hojas, una pequeña daga rodeada de ramas con una inscripción borrosa en su base *.

El hombre se sentó y comenzó a llorar sobre el grabado, y tras el viejo ventanal, como siempre, los árboles desesperados retorcían sus ramas, cual manos en busca de algún dios perdido y andrajoso. El viejo, que a la luz artificial parecía más bien un niño de piel transparente y tirante, comenzó a escribir la siguiente página en blanco, la 745: " Vengo de una tierra desconocida, ni lejana ni cercana, ni visible ni invisible, y apartada siempre de todo rastro y rostro humano. Platón la bautizo con sangre y también Herodoto. Sin embargo es la tierra sin nombre y sin tiempo, acaso fueron islas o un espacio inconmensurable al interior de la gran esfera, pero nada de aquello importa hoy. He viajado continentes y centurias, en busca de los que alguna vez amé, y no he encontrado sino el vaho interminable de la vida en las manadas, brutales dientes entrechocándose con dientes, y la vaga y extraña sensación del sueño eterno..."

Al terminar este párrafo, el hombre sin desesperación ni desconsuelo, pero con la herida abierta en su cerebro, comenzó a hacer ejercicios de respiración, y a murmurar el mismo mantra que la humanidad completa había gritado o escuchado a la vez, en algún recodo de su triste camino por el mundo.

El hombre casi raquítico y de edad incalculable a simple vista, no esperó la luz blanca del amanecer. Colgó la soga firme sobre la única viga del techo de madera ahumada. Se subió a la silla, introdujo su cuello con cierta ligereza en la horca artesanal hija de sus manos, y corrió suavemente la desvencijada arquitectura. Y en el preciso instante, cuando el desgarro y la violencia inanimada, aprisionaban su garganta transparente, el escribidor, como un viejo cazador ya retirado, respiró todo el follaje del infinito bosque de abetos y del lago boreal, en que los peces gigantes subían a plegarse contra las primeras finas capas de hielo.


* Según algunos testigos, que vieron el cuerpo balanceándose en el antiguo cuarto y el libro sobre la mesa redonda de alerce, bajo el dibujo de la daga y de las ramas decía: Thule Gesellschaft 1919...


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