El viejo Lada verde

Fesal Chain

Aquella mañana me subí al destartalado Lada verde, tomé la carretera al litoral y como en la canción de Adamo, un mechón de mi cabello bailaba al son del viento sur, que entraba salvaje por la ventana del auto. Puse en la cassetera el tema de Serú Giran, Viernes 3 AM:

"El sueño de un sol y de un mar
y una vida peligrosa
cambiando lo amargo por miel
y la gris ciudad por rosas..."

El 9 de noviembre de 1989, el muro de Berlín se había desmoronado por sí mismo, y en las manos de un pueblo desesperado, que arañaba sus paredes y tomaba los enormes pedazos de concreto, alzándolos al cielo y al suelo. En el segundo inaugural en que caía Lenin de cabeza sobre las calles milenarias, el murmullo de la fiesta y el suicidio recorría las plazas alemanas y de la Europa Oriental fláccida y grasosa.

En los asientos de atrás del Lada verde, un cumulo de papeles y juguetes de un niño inexistente, formaban el amasijo habitual de mi estadía. Yo no pensaba, raro en mí, pero no pensaba, ni siquiera contaba, los números me habían abandonado y las piedrecitas tiradas al lago se hundían como claraboyas rotas.

El mar, ¿qué era ese mar para mis ojos caídos?, nada presagiaba los años posteriores, en el suelo de la franja temblorosa la alegría nacía como un spot de televisión, carcomiendo la ignorancia de nuestra edad ingenua.

Paradoja era el secreto nombre de dios, que comenzaba a arder en el tiempo de la nueva mercancía y de una libertad añeja, sin impulso vital y sin pupilas. En el asiento del copiloto sin el copiloto, puse el libro que leería en la arena húmeda, bajo el cielo de relámpagos y lluvias de aquel invierno. Morír en Berlín, de Carlos Cerda. "Viejo de mierda, ya te cagaste de nuevo...", resurgía la frase como un latigazo y una admonición.

Hoy, después de años de besos y castigos, de vigilancias y amores contrariados, la luz de esa mañana me golpea como el aviso estridente que fue, aún cuando yo no escuchara más que el motor del viejo Lada verde, resoplando como una grieta de carne en la penumbra de una tierra seca. Ahora entiendo que no era necesario pensar, ni acariciar la bola de cristal de la gitana del parque: A veces, son otras voces las que te hablan y te avisan de la vida. El cassete daba vuelta sobre la única canción y machacaba una sola estrofa que se pisoteaba a sí misma, como un rezo interminable:

"Cambiaste de tiempo y de amor
y de música y de ideas
Cambiaste de sexo y de Dios
de color y de fronteras
pero en sí, nada más cambiarás
y un sensual abandono vendrá y el fin".


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