Carcelaria

Tras esa puerta
de metal
sellada
no como aquella
última carta
abierta y sucia
por mano ajena
que recibes de tu amor,
tras esa puerta
de metal
como de caja fuerte
o bóveda de banco,
que presiona el aire
hacia tu camastro
y a los espejuelos
trizados
de tus anteojos,
tú,
el encarcelado
por la pequeña historia
incorregible e inconclusa,
te adhieres
arremangado
a la palabra
que corre suelta
a la palabra
que corre
lejos más veloz
que tu vigilada
y castigada
caminata
de un extremo a otro
del patio de cemento,
en esas tardes
de ya rutinaria humedad
que se repite sobre sí misma
pegada a un barrote
a un zapato viejo
a un cigarro a medio terminar
o a una bandeja de comida
o a la misma llave que gotea
en medio de todos
los mismos lugares
en que te encuentras
siempre.
Ya por la tarde
por esas tardes
que en carcelaria
postura e impostura
son las noches de tu vida,
te envuelves a la palabra
como el pez
se rodea de espuma
y arena
en el mar
de su batalla.
Y esa palabra
tantas y tantas
y tantas veces
chasqueada por tu lengua
recibida por tu boca
cual vasija antigua
cual recipiente añoso
desde tu cerebro
que no ha muerto,
esa palabra
te hace correr
como niño en una plaza
abrir
esa añosa puerta
de metal sellada
y entonces
caminas soberbio
y gigante
toda la tierra del sur
el cielo de lluvia
y las charcas sucias
de tu calle,
con tu palabra.

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